Los efectos del Jagger





Eso fue lo último que le escribió al volver de Bogotá luego de hablar tantas noches en tantos moteles sobre Divorcios, de las historias de cuatro profesores aturdidos por sus alucinaciones, por sus delirium tremens personales. Nunca le respondió, recordó la historia de Ariadna en Buenos Aires y Marcelo en Quito. De Squatol Jones y Ambrose Bierce. La nostalgia le arrastró de vuelta al sitio donde la conoció borracho; volvió a arrimarse sobre esa columna dórica, sin los estereóbatos, ni el estilóbato ni las estrías longitudinales, llena de espejos en pequeñas columnas cuadradas forradas de espejos. No estaba ni Beyonce, ni Vivian Leigh. Fue a sentarse en una mesa cualquiera con un whisky en la mano y la vio. <<Que salgamos de la historia para entrar en la simulación de la historia, decía el señor Baudrillard, no es más que la consecuencia del hecho de que la propia historia no era en el fondo más que un inmenso modelo de simulación. La simulación de la vida>>. Ella comenzó a despatarrarse de la risa. Una mesera llegó con la carta y la solemnidad de la mano colocada atrás, unos centímetros arriba de su coxis. Un Jagger, dijo ella.

Era de Maracaibo y él comenzó a moverse por el vacío de los acontecimientos de la Agencia Stealthy, la captadora de los acontecimientos irreales. En esas imágenes que se movían a su alrededor finalmente entendió el fin de la linealidad decretada en la década de los ochenta del siglo XX, cuando la historia giró en dirección opuesta para superar el apogeo del tiempo, con el declive de los acontecimientos. El punto de la flecha nunca siguió una linealidad, porque nunca nos aleja del punto de partida. Parmedianamente no existe movimiento porque nunca nos acercamos ni alejamos del punto de partida: en el círculo todos los puntos son el punto.

La condición humana explica una realidad indeterminada sin ninguna caraterística que le sea inherente, porque es el sujeto el que determina la realidad, una realidad cambiante. El infierno para una devota amiga suya podía ser ese, ese escenario que para él era el paraíso, donde nadie se conocía, donde todos miraban a otra parte. La mesera llegó con el Jagger y la carta por si se les ofrecía una botella de whisky. En una esquina de la barra pudo ver a un hombre alto y otro bajito y flaco que se movía al ritmo de la música, iba de un lado a otro ensayando pasos a lo Michael Jackson; se deslizaba por las tres pistas, en medio de las chicas sonrientes y los chicos seguros de su masculinidad porque ellas estaban sonrientes. <<Y tú también crees que podríamos casarnos si te lo pidiera>>, dijo él. Ella le preguntó que cuántos ceros tenía su chequera para pensarlo. Solo tengo cuenta de ahorros, dijo él y ella pidió otro Jagger. Pues salud por tus votos de castidad, dijo ella.

Finalmente sonó algo de Beyonce. Y ella se puso de pie y bailó.  Nunca supo si era un sueño hasta que la halló de vuelta.

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