La leche de la bondad humana
Desde el advenimiento de la ciencia en el siglo XVII,
pensamos en la mitología como un producto de las mentes supersticiosas y
primitivas, según Lévi Strauss. Las supersticiones son las únicas explicaciones
posibles ante tanto desastre. Yo la vi ahí, parada al otro extremo de la sala,
como una persona condenada a ser eternamente una estatua por haber cometido el
pecado de voltear a ver la destrucción de Sodoma y Gomorra; el odio de un dios
destructivo, cruel, reacio a soportar la diversidad creada por él. La
diversidad secundada por él, porque en su más absoluta maldad y egoísmo hizo
solo dos personas para habitar un mundo, un planeta no contaminado ni por el
extractivismo, ni por la deforestación ni por los incendios ni por los plásticos,
tan solo por el odio, el alfa y el omega de la vida; dos personas creadas a su
imagen y semejanza. Dos personas dotadas de debilidades autoimpuestas por él,
de obscenidades y perversiones propias de los dioses; de envidias y tragedias
diseñadas para la cuadratura del círculo. Un dios tan humano como
insignificante. La leche de la bondad humana, en palabras de Shakespeare. Fue
interminable el tiempo que estuvo ahí de pie. Y supongo que desde ahí diseñó su
venganza. Por esos días viajaba a Bogotá.