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Mostrando entradas de diciembre, 2019

La razón de Pascal

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Sobre la mesa contempló un bosque de botellas de bourbon. Bosque de botellas secas que pronto pasarían al olvido; parte de la deforestación que avanzaba en su vida, en su cuerpo, en su pecho, en ese grito de los cuervos que escuchó en un pueblo cerca de Frankfurt donde había cierta idolatría por los hermanos Grimm, los mayores exponentes de la literatura universal donde sus protagonistas son expuestos a amenazas más peligrosas que una bomba nuclear y se sobreponen, salen adelante, burlan la maldad de las hadas y de los espíritus buenos. Never more , repetía Edgar Allan Poe con su aire victoriano. Entendió el significado de esa expresión cuando contempló al cuervo parado sobre una rama de un árbol, a los pies del castillo donde la Cenicienta olvidó su zapato. La intrascendencia del príncipe, se dijo. La intrascendencia de Edgar Allan Poe y su Eureka . La temperatura estaba en un grado centígrado y debía salir. Sintió estar viviendo el cuento de la casita de chocolate con la amenaz

Kaufland

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¿Qué es el territorio? ¿Hay un país? ¿Por qué algo te parece tan familiar? El ruido de la lluvia era demasiado fuerte. Así que decidió despertar. Él siempre supo que la vida era un asunto de decisiones, de decisiones tan triviales como saber cuándo despertar y cuándo dormir; cuándo estar sobrio y cuándo ebrio; cuándo divertido y cuándo aburrido. Encendió la cafetera y agregó al sabor somnoliento del café el ritmo de la cumbia, del candombe, del grito africano del Río de la Plata que pudo escuchar en Colonia, mientras degustaba un cartocho con un vino de la localidad. Ella bailaba y en su baile pudo ver su alma. Era su delirium tremens . Desde la ventana pudo contemplar el bosque tropical y absorber el aroma de la tierra mojada y el canto traicionero de los colibríes. Esos lindos pajaritos que deambulan por bebederos humanos con sus puntas y dientes afilados. Esos capaces de sacar los ojos a cualquier desconocido que intentara cruzarse por su camino. Ella dormía. Al despertar pr

Y cuándo volverás

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El deseo constante de morir, y el de seguir resistiendo, solo eso es amor, había leído en los Diarios de Kafka. Lo recordó  parado ahí en la estación de Frankfurt, esperando un tren que lo llevaría a Bremen, la tierra de los músicos y cazadores, de las pescaderías. Iba a conocer a su sobrina, a la que conocía solo por fotos y videos que le enviaba su hermana de vez en cuando. Kafka le era tan familiar en esas estaciones de tren que por un momento sintió ganas de llorar. Le recordaban tanto a ella, la chica de la marihuana y los perfumes, sus mayores pasiones, porque como ella siempre estaban en movimiento. Las estaciones de tren son como relojes en marcha que nunca se detienen hasta que alguien grita: ¡Hasta aquí! Me cansé de circular alrededor de la misma historia. Y se baja sin pensarlo dos veces. Ella se había ido una mañana cualquiera sin avisar después de una conversación absurda cuando ella y su amiga fumaban unos porros en su cama, mientra él bebía whisky. Ninguna entend

La luna de Chagall

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Pfronten, decía en la carretera. El extremo norte de los Alpes de Allgäu, a una altitud de 853  metros sobre el nivel del mar, nada comparado a los tres mil metros sobre el nivel de mar de donde vivía en Quito. El punto más alto era el pico de Aggenstein, a 1.986  metros sobre el nivel del  mar, en la frontera tirolesa. Su nombre  no se puede explicar en alemán, tal vez una derivación del romano frontone,  frente grande y enorme, por estar frente de los Alpes. Un idioma que había desaparecido de la zona a lrededor del año 800, cuando la población se había fusionado con el idioma alemán y la fe cristiana. La tierra de Luis II de Baviera considerado por  Paul Verlaine como el único verdadero rey de este siglo. << Un eterno enigma quiero permanecer para mí y para los demás>> , le escribió a su institutriz Luis II, en la tierra donde construyó sus castillos  de cuentos de hadas a los que  forastero alguno estaba invitado. Unos 130 millones de personas han desobedecido s

La rosa

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¡Cómo se puede experimentar esta magnífica cosa que es la vida sabiendo que te tienes que morir! La frase de Simone de Beauvoir, en ese momento, le parecía hueca. La fastuosidad de la vida se había quedado a la vera de un camino, ta vez en Santiago donde experimentó por última vez con la delgada línea blanca. Terminó de un sorbo su tercer bourbon y pidió otro. No tenía los arrestos suficientes para seguir, ni para empezar de nuevo. El semáforo se había puesto en rojo y los carros se detenían. Solo paraban cual máquinas citadinas. El orden del mundo feliz de Huxley estaba ante sus ojos. Una mujer negra de anchas caderas se paró frente a su mesa con una rosa en la mano. Na hay nadie más, le dijo. Siempre hay lugar para una rosa, respondió ella al dejar la rosa sobre la mesa. Quédese con el cambio, le dijo al extenderle un billete de diez dólares. La lluvia aceleró la llegada de la noche. En la mesa de enfrente estaba el gringo calvo con su botella de ron 2030, con una línea blanca ma

La lluvia

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Llueve, ¿sabes? ¿Cómo llueve? Nunca logre entender de dónde cae el agua. ¿Qué buscas? No lo sé. Un pretexto. Sí, tal vez un pretexto. ¿Una oportunidad? Sí, tal vez una oportunidad. ¿Llueve? Sí, tal vez llueve. Eres muy berkleriano. ¿Berkeley? Tal vez. ¿La mesa existe? No sé.