Y cuándo volverás
El deseo constante de morir, y el de seguir resistiendo, solo eso es amor, había leído en los Diarios de Kafka. Lo recordó parado ahí en la estación de Frankfurt, esperando un tren que lo llevaría a Bremen, la tierra de los músicos y cazadores, de las pescaderías. Iba a conocer a su sobrina, a la que conocía solo por fotos y videos que le enviaba su hermana de vez en cuando.
Kafka le era tan familiar en esas estaciones de tren que por un momento sintió ganas de llorar. Le recordaban tanto a ella, la chica de la marihuana y los perfumes, sus mayores pasiones, porque como ella siempre estaban en movimiento. Las estaciones de tren son como relojes en marcha que nunca se detienen hasta que alguien grita: ¡Hasta aquí! Me cansé de circular alrededor de la misma historia. Y se baja sin pensarlo dos veces.
Ella se había ido una mañana cualquiera sin avisar después de una conversación absurda cuando ella y su amiga fumaban unos porros en su cama, mientra él bebía whisky. Ninguna entendió sus intenciones de bajarse del tren, de confirmar al maquinista cuál era su última parada. Lo supo tiempo después cuando la halló por casualidad en un bar de Quito. Nos conocemos, le dijo ella. Me parece que sí, le respondió él. Y sigues vivo, le preguntó ella. Espero que no por mucho tiempo, dijo él.
La última vez que se vieron fue en Bogotá, en la calle 84, en un sitio donde escucharon desde Juan Gabriel hasta Lisandro Meza. Salsa, merengue, vallenato, llanera y uno que otro reggaetón. Ella estaba de paso y él regresaba a Quito. La llamó sin saber si todavía conservaba su número o si estaba en ese país y no en alguna tierra exótica africana o asiática. De por medio una botella de aguardiente. En qué página vas, le preguntó él. Ella le respondió que iba estacionada en la página diez. Su mayor pasión era ver los sellos de entrada y salida de los aeropuertos. Un hijo la había detenido en el camino. Ya no deseaba alejarse tanto.
Su vuelo salía en algunas horas, así que hubo tiempo para unos porros. Siempre llevo algo en la maleta, la que venden fuera del eje cafetero es demasiado mala, áspera, dijo. Y crees que habríamos sido felices, preguntó él. Tú nunca serás feliz, es tu sino trágico, porque escondes tu vida en una tragedia que la conviertes en comedia cuando te conviene, dijo ella. ¿Y desde cuando me conoces tanto?, preguntó él. Desde que me fui de tu casa, respondió ella.
La puerta del tren se abrió. Una azafata pasó preguntando si necesitaban algo. Pidió una botella de vino y unas uvas. Cuando las ruedas del tren comenzaron a moverse sobre las rieles comprendió que ese era el sonido que marca el destino de las personas. El sonido de Kafka en busca de Milena, el sonido suyo en busca de su última estación.