La luna de Chagall




Pfronten, decía en la carretera. El extremo norte de los Alpes de Allgäu, a una altitud de 853  metros sobre el nivel del mar, nada comparado a los tres mil metros sobre el nivel de mar de donde vivía en Quito. El punto más alto era el pico de Aggenstein, a 1.986  metros sobre el nivel del  mar, en la frontera tirolesa. Su nombre no se puede explicar en alemán, tal vez una derivación del romano frontone, frente grande y enorme, por estar frente de los Alpes. Un idioma que había desaparecido de la zona alrededor del año 800, cuando la población se había fusionado con el idioma alemán y la fe cristiana. La tierra de Luis II de Baviera considerado por Paul Verlaine como el único verdadero rey de este siglo. <<Un eterno enigma quiero permanecer para mí y para los demás>>, le escribió a su institutriz Luis II, en la tierra donde construyó sus castillos de cuentos de hadas a los que forastero alguno estaba invitado. Unos 130 millones de personas han desobedecido sus órdenes desde su muerte.

<<Usted habla puras mierdas>>, dijo ella desternillándose de risa. <<Tal vez>>, dijo. El taxi cruzaba toda Bogotá a medianoche, después de cenar en uno de los restaurantes del cerro Monserrat. <<Eres como esa luna de Chagall, a la que le canta Paul Éluard en su más terrible obsesión por Gala. Nio entiendo por qué no te gusta Wendy, es tan bonito ese nombre. Si algún día te encuentro en la calle de cualquier ciudad me subiré al balcón más alto y gritaré: Wendy, te amo>>, dijo él. <<Me gustaría ir a un concierto de J Balvin. Casi no se presenta aquí y otro de Beyonce>>, dijo ella. <<Señor, usted cree que estoy enamorado de ella>>, preguntó al taxista>>, <<Pues con tanta mierda que habla, claro>>, dijo él.

El taxista estacionó en una calle desolada y esperó hasta que abriera la puerta.

Una semana antes

Ella estaba hermosa, con dos moños sobre su cabeza y sus ojos no podían dejar de contemplar sus tetas. <<Deje de mirarme las tetas>>, dijo. Es lo último que recordaba antes de quedarse de pie, mudo y asombrado en una calle cualquiera, mientras ella desaparecía en un taxi con rumbo desconocido. Dos días después la volvió a ver, en la Calima. Fueron por más grasa y él estaba nervioso, porque nunca pensó en ese encuentro. Y cayó. Ese debía ser el principal síntoma de cualquier adicción. El síntoma ideal de una relación tóxica. El llegar a lo insoportable. Era eso. La insoportable vida. La insoportable necedad de volver. El insoportable intento de fingir que nada ha pasado. <<Conoces Don Jediondo>>, preguntó. <<No, pero supongo que una sopa me caerá bien>>, dijo. Casi ni la probó, apenas dos cucharadas o tres. <<Lo que necesito es un trago>>, dijo. <<Pero antes tómese un suero, usted no puede andar por la vida así>>, dijo ella. Y bajaron a un Farmatodo. <<Qué tiene>>, preguntó el chico del local. <<Guayabo>>, dijo ella muerta de la risa. <<Lo que necesito es un trago>>, dijo él. <<Primero tómese eso carajo>>, dijo ella.



En la última planta de Calima hallaron una especie de pizzería que tenía barra. <<Solo quiero un whisky con hielo>>, dijo él y ella pidió un coctel sin alcohol. <<No entiendo esa manía de sacar cocteles sin alcohol, cerveza sin alcohol, azúcar sin azúcar y cualquier cosa sin. El sin, sin, sin y sin está matando a la humanidad más que el calentamiento global, el cambio climático y el terrorismo islámico>>, dijo él. <<Vaya, parece que estamos resucitando>>, dijo ella. <<No creí que iba a volver a verte>>, dijo él. <<Pues ya ve, las vueltas que da la vida. Tampoco esperaba verlo y menos en Bogotá>>.

<<Sigo temblando>>, dijo él. <<Por qué>>, preguntó ella. <<Tal vez los nervios, no esperaba verte y todavía me pone nervioso verte. Tal vez sí me enamoré>>, dijo él. <<No sea mentiroso, está así por el guayabo>>, dijo ella. <<Pensé que lo de tu novio era definitivo cuando me contaste que llevaste a tus perras a Quito>>, dijo él. <<No, ese man es raro. Es muy inteligente, habla inglés y alemán. Es contador>>, dijo. <<Bonita manera de definir la inteligencia>>, dijo él y luego guardó un prudente silencio. Esas salidas suyas fueron causa de muchas discusiones, cuando todo era amor y paz. Cuando ella decía a todo mundo que la única persona con palabra en este mundo era él. <<Y por eso te aprovechaste de mí>>, dijo él. <<No, usted se hacía películas que no eran. Mi profesor de baile es gay. Nunca tuve nada con ese man. Tenía un novio con el que se pegaba unas culetizas. Una tarde llegué, las ventanas estaban empañadas y el departamento olía a puro semen. Me cansé y me fui a vivir sola. Ahí, hasta a veces me tocaba pagar la renta sola. Pues, ¡qué pague ahora todo! No me gusta vivir así. Necesito tener mis cosas arregladas>>, dijo. <<En Quito me dijiste que te fuiste a vivir con tu novio, por eso llevaste a tus perras>>, dijo él. <<No, vivía sola>>, dijo ella.

El mesero dejó un shot de whisky y un coctel sin alcohol. Él pidió que le ayudara a vaciar el trago en el vaso con hielo, porque temía hacer un desastre de proporciones dantescas. Después del primer whisky se sintió mejor. <<Y qué es de la Monserrat?>>, preguntó ella. <<Supongo que bien>>, dijo él. <<No sé qué tenía esa nena conmigo, me odiaba. Parecía que le era insoportable>>, dijo ella. <<Siempre dijo que eras lesbiana. Me gustaban muchas cosas de ti y tal vez busqué pretextos para irme. Cuando te fuiste me resigné a seguir mi camino sin mirar el desastre dejado>>.

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