El interludio


 


Las nuevas variantes de coronavirus, más contagiosas que el original de la pandemia, aparecen en distintas partes del mundo.  Los científicos estudian estas mutaciones para entender exactamente qué riesgo suponen. Los reclutadores de empleo usan la inteligencia artificial, pero esta tecnología se ha refinado. La demanda ha aumentado fuertemente desde la pandemia. El 70% de las personas que acuden a los odontólogos asisten con problemas de bruxismo, por el impacto del encierro, el estrés y la ansiedad producto de la pandemia del Covid-19. La música es procesada mediante redes neuronales que implican áreas de procesamiento auditivo y motor.

Sobre su escritorio estaba un libro de Michel Foucault que proponía una lectura de Kant. Había llegado la hora de dormir y sus ojos permanecían abiertos como dos platos. Pensó en las promesas incumplidas, en ese cuadro de Borges que nunca llegó a su pared porque Jorge Larco había muerto, en el regalo que no acaba nunca. Detuvo el auto y miró el precipicio. Había cruzado por una trocha la frontera con Colombia hasta llegar a Pasto para dejar un paquete que vaya a Bogotá. Si encendía el auto e iba en línea recta todo pasaría a ser un sueño. Todo era un sueño, como la niña que se le acercó cuando fue a hacer una cobertura del fin de campaña de un candidato a la Presidencia de Ecuador en la calle J, al sur de Quito, la ciudad que nunca duerme, donde se puede encontrar un Balenciaga, Gucci o Prada en cinco dólares.

-         ¿Y qué va hacer?, ¿qué nos va a dar? –le dijo, cuando le abordó después de haber conseguido una entrevista con el candidato que sacó menos del uno por ciento de los votos.

-         Deberías preguntarle a él –le dijo.

-         Te estoy preguntando a ti, tú eres el que hace las preguntas.

-        Sí. No hago les respuestas –le dijo.

-         Es una respuesta fácil. ¿Va a cumplir sus promesas? ¿Qué ofrece en concreto?

-         Arreglar el mundo.

-         ¿Y el mundo tiene arreglo?, ¿qué nos va a dar?

Juan prácticamente escapó a la menor oportunidad. Le dijo que le esperaban sus amigos. No estaba preparado para responder preguntas, su vida se resumía en preguntar. Y pensó en Rocío y Beatriz, en sus juegos de infancia, en el perro que siempre le acompañaba cuando caminaba por las calles enfundado en un paletó con la vara de Noé. Los días en los que fue feliz.

-         ¿Y qué es para ti la felicidad? –preguntó Lorena.

-         Tu infidelidad –respondió Juan. Era un atardecer lleno de sol cuando le dijo pilas Juan al dejarla en su casa para volver al trabajo. Debía volver sin hacer paradas. Sin pausas. Sin infidelidades. Ella estaba hermosa con unas botas, una falda negra y un saco amarillo.

Juan siguió mirando el precipicio, como esa mañana frente a los rieles del tren en Hamburgo donde Rocío le contó todo lo que pensaba de sus hermanas. Toda su vida en un minuto. Si algo sabía Juan era dónde había una historia. Su vida fue una historia difícil de contar, la de su abuela desalmada, la de su papá el cazador de guantas que le llevó de la mano a su primer día de colegio; confiaba tanto en él, la de su mamá y sus humitas. La imagen de ella desgranando choclos en una casa de adobe, con cuartos inexpugnables. La de Malena y su sopa chorreada.

-         El miedo es una mierda –le dijo a Lorena frente a un mojito y unos tacos.

-         Y por qué tienes miedo.

-         No lo sé. Tal vez sea el miedo a que un día te vayas de verdad. O yo me vaya de verdad.

Juan encendió el auto. El precipicio estaba tan cerca. En el ambiente había un olor a madera ahumada. Y whisky.

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