El asesinato del loro

 


El nepente es una planta trepadora de hojas muy carnosas de flores pequeñas, agrupadas en inflorescencias terminales; contienen un líquido azucarado, provisto de enzimas digestivos; es una bebida que los dioses usaban para curarse las heridas y los dolores porque producía olvido. Los recuerdos eran intrascendentes, la característica de los dioses. El olvido. <<Cuando dios por fin se arrepintió –demasiado tarde- de haber creado el género humano y, asustado por los efectos de su frivolidad, decidió ahogar las malogradas efigies hechas a su imagen y semejanza, consideró, como es sabido, que Noé era el único personaje digno de ser salvado>>. Leszek Kołakowski pensó que Dios había cometido una imprudencia y una injusticia con esa decisión, porque bien sabía que si una pareja sobrevivía sobre la Tierra podría cometer los mismos errores y una injusticia porque ¿qué culpa tienen los pobres animalitos para juzgarlos con la misma vara y echarlos al olvido y a las aguas?

Juan pensó en eso cuando ella se enojó. El olvido era el alimento de los dioses y necesitaba olvidar. Saber que había llegado a un punto muerto. Los juegos de su infancia, el perro que le acompañaba por ese barrio lleno de calles empinadas. Olvidar lo que no entendía. Lo entendió cuando recibió el mensaje de Rocío con la versión de cómo era la vida de sus infancias. Aquella vez en que le robaron su cartera en el playón de La Marín, en el centro de Quito, cuando iba en un bus con el sueldo recién cobrado. Nunca pudo llorar cuando le contó eso, mientras cocinaba para darle de comer porque le dijo que Beatriz solo le daba té desde que llegó a Alemania.

Todas sus hermanas adoraban a Jacinto, porque se puso a la familia sobre los hombros. La vez que Juan se fue de su casa solo se llevó un cartón de libros y unas sábanas que le regaló Jacinto; le debía mucho y se fue en un viejo Camaro con rumbo desconocido. Pero en realidad Milton era su ideal. Rocío le escribió para  contarle la historia del loro asesinado. Todavía recordaba cuando Milton tenía a su loro, el Martín. Cuando se iba a la Amazonía había dejado como cuidadores del loro a Juan, Beatriz y Rocío. Un día le subieron a la terraza y le dieron puntas, un aguardiente típico de Ecuador. El loro se emborrachó, se cayó de la terraza. <<Y se murió el pobre loro, que pena nos dio luego y a Milton le dijimos que se cayó y se murió, bueno, no le mentimos, solo no le contamos que el loro estuvo borracho>>.

Beatriz le decía que su idea era ser como Milton, nunca aparecer y cuando apareciera toda la familia le pusiera alfombra roja. Graciela casi saltó de la alegría cuando alguna vez Juan le llamó y confundió su voz con la de Milton, el hombre que se escondía en las ventanas cuando sacaba a sus amantes a escondidas de su casa y tenía un loro.

-        ¿Y por qué cuentas eso?

-        No lo sé. Tal vez porque te veo ahí desnuda y necesito inventar historias para olvidarte.

-        ¿Y así se acaba la historia?

-        No falta, el final. Las confesiones de Rocío.

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