El ron de la madrugada
Ella estaba ahí con un traje blanco y no miraba a nadie. Parecía esperar algo, algo sin sentido con una copa de Jagger en la mano. No deseaba mirar a nadie. Después de mucho tiempo le preguntó por qué no miraba a nadie. ¿Quién es nadie?, le dijo. Polifemo, respondió. Y habló de Joyce y del Ulises. Su sueño era mirarse en un espejo. Nunca supo por qué. Quería irse, ver otros países, otros lugares. Pero todo le daba miedo. Menos la soledad. ¿Con qué parte del cuerpo jugaban pelota los indios tainos?, le preguntó. No me gusta calle 13, le dijo.
A veces te veo y pienso en una luz, en esa razón que alumbra la vida de las personas, en una rosa así de roja como las que crecen en mi rosal. Nunca he pensado en enamorarme. Pero veo tus razones para no creer en las personas, para irte. Tus ojos son de Circe, la hija de Helios, el sol, y Perseis, una oceánide, una hechicera que convertía en animales a quienes la ofendían. A veces te veo y veo una violeta arropada con el rocío de la lluvia. No sé qué más decirte para que me creas. Eres el ron de la madrugada, el ron con el que festejo tu cumpleaños. El ron de esos ojos que no miran a nadie. El ron de ese instante en que te vi, ahí de pie, sin miedo a nadie. Eres el mar, ese mar que Borges llamaba la mar. Ese horizonte que nunca se acaba.