La gran pendeja en época de coronavirus




La gran pendeja está de vuelta. Son las diez de la mañana, no hay nada abierto Juan. La gente a esta hora solo toma tintico, en ningún lugar venden alcohol. Esa es una cafetería. Bueno, pregunte qué viene con la botella de vino. Hay que aprovechar la promoción. Volví con una gripe espantosa y nadie me paró en el aeropuerto, no había ningún control. Ahí estaban mi mamá y mi hermano. El vinito, a los tiempos. Y él había ido a verme. Me fui con él, pero sabe Juan esta vez vine decidida a no dejarme ver la cara de pendeja. Allá tenía plata por montones, billetes que nunca habría imaginado ver en mi vida. Y me iba a unos sitios donde envían dinero a otros países y yo parada en la fila. Y hombres, los que quisiera Juan. Solo con un chasquido y los tenía ahí. Por eso cuando me invitaron a un bar elegante le escribí para preguntarle qué pido. No sabía qué pedir Juan. Bueno está el vinito. Y me deja en la casa. Y después de tres días me llama para vernos y me lleva a un lugar horrible, de unas alitas horribles. Era el lugar más horrible que había visto en mi vida. Bueno, él también dijo que estaba feo. Allá tenía en fila a todos, pero muy intensos. Igual que el gringuito. Él quería algo formal y yo sólo necesitaba sus papeles. Le dije que mejor vamos a comprar unos motes en la calle. Y se puso todo serio. Ya no me importaba. ¡Qué denso! La gran pendeja de vuelta. Y me sale con el cuento de que él ahora era muy liberal. ¿Y qué me quiso decir con eso, que mis creencias no le importaban? Sí, seguro eso también. Sí, igual que el imbécil de mi otro ex. ¿Qué he hecho para merecerlos Juan? ¿Dónde van a encontrar a otra como yo esos gran pendejos? Después de cinco años Juan, después de pasarme como la gran pendeja afuera de los supermercados haciendo encuestas para su tesis. Cinco años de hacerle fiestas de despedidas y de bienvenidas. De acompañarle en sus borracheras con Norteño. Después de ir a dejar a todos sus amigos en sus casas, todos borrachos. Porque cuando me conoció yo no bebía Juan. Era la chofer de él y sus amigos. Ni siquiera sabía lo que era el vino. Se acuerda cuando me llevó a la barra de un bar y yo pedí jugo y usted cagado de la risa. Después de haberle esperado un año sin serle infiel ni con el pensamiento, ni con el DJ. Bueno está el vinito. De no ser por usted no habría salido ni a la esquina. Y dos días después le veo en Instagram Juan, en una gran borrachera bailando con una tipa. Cinco años, Juan. Y le dije que si después de todos estos años lo que yo creía le molestaba era mejor separarnos, que yo no tenía nada que hacer ahí. Mi abuelita me dijo si te sales de uno salta a la cama de otro. O algo así. Pero ya tengo licencia de manejar. Vinito, a los tiempos.

Ayer me quedé escribiendo hasta tarde y creo que me acosté cerca de las tres de la mañana. Yo llegaba a un lugar donde estabas con tu novio y alguien más. Era una mujer y ella me pregunta si sé quién se va a casar. Te miré y dijiste sí con una sonrisa de oreja a oreja, levantado las manos al cielo. Primero te deja, luego vuelves, otra vez te deja y ahora te casas, te dije. Era un edificio en construcción. Todo el edificio, algunos pisos cubiertos con esos plásticos negros. Les pedí salir de la oficina porque estaba consciente de que había un estado de emergencia y toque de queda. Cuando salimos les acompañé hasta una especie de parque. No recuerdo lo que me contabas desde que salimos del edificio hasta llegar a la calle. Yo llegué hasta una pileta. Y me devolví mientras ustedes seguían caminando. Volví a una avenida principal a buscar un taxi, pero dos militares me pararon para preguntarme qué hacía en la calle durante el toque de queda. Les dije que acababa de salir de la oficina. Y ellos seguían deteniendo a más gente. Al lado había una especie de jardín donde un caballo brioso jugaba. Finalmente me dejaron ir, cuando intenté buscar un taxi ya estaba todo oscuro. En ese momento me percaté de que no llevaba mi chaqueta en la que cargaba todos mis papeles y veinte dólares para volver a casa. Volví al sitio donde estaban los militares y vi una chaqueta. Me acerqué a prisa. No era mía. Intenté recordar los últimos lugares donde estaba y traté de hallar el camino de regreso a esa pileta. Una niña estaba sentada sobre una chaqueta negra y una señora sentada en un banco. Pregunté por la chaqueta, pero la niña se la enfundó y dijo está es mía. Después me acerqué donde estaba la señora junto a otra chaqueta y me dijo no es tampoco. Traté de hablar, pero ella recogió sus cosas, agarró a la niña y comenzó a caminar. Me puse a suplicar para intentar hacerla entender que sin papeles, sin tarjetas, sin nada no podría sobrevivir a la cuarentena. Y ella comenzó a gritar que por qué no le preguntaba al señor Gómez. ¿Cuál señor Gómez?, dije. Por favor, el señor Gomez, ¿no sabe quién es el señor Gómez? Pues es el papá de Carlos, gritó. Y ahí desperté. Miré la pared, las cortinas. No comprendía cómo había llegado a casa. Como en una de las tantas borracheras cuando no había cuarentena, cuando me despertaba hasta con la ropa puesta. Volví a buscar en la alfombra la chaqueta. Pensé en bajar a mirar en la mesa donde siempre dejó la cartera. Pensé en que estaba jodido. Un buen rato después de pasear mi vista por las paredes de la habitación comprendí que nunca había salido de casa, que no podía. Que todo había sido un sueño...

Denso..., dicen que cuando sueña en matrimonio hay muertes.

El sueño no es sobre el matrimonio. ¿Quién es el señor Gómez y quién es Carlos? Esa es la pregunta, ¿y por qué cuando desperté seguía soñando? ¿Cuándo comienzas a confundir la realidad con el sueño?

Mejor otro vinito. Bueno yo solo estoy esperando a que él me llamé para que me pida volver y tener el gusto de decirle que no.

O para decirle que sí cuando te proponga matrimonio.

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