El tren a Bremen
<<Sí, en serio -dijo-. Antes de este viaje nunca pensé que hubiese
tantos en el mundo, soldados, me refiero. No te das cuenta hasta que subes a un
tren. No paro de preguntarme, ¿de dónde han salido? (…) Él miró por la ventana,
en cuyo cristal se espesaba el crepúsculo. Se juntaba aprisa la luz azul y las
jorobas de las colinas se mezclaban y devolvían ecos. Desvió la mirada hacia el
comedor iluminado>>. El extraño cuento de Truman Capote se le vino a la
memoria cuando Maribel le paró en la estación de Frankfurt en seco.
<<Aquí Juanito, aquí. Este es el andén. Vas a ver a Liz, es una hermosa
la enana, por algo soy su madrina. Ya debería estar aquí, los trenes son súper
puntuales. A ver. No, no es aquí; corre que nos deja. Por allá>>. Las
luces de neón le recordaron los tiempos en los que fue feliz. Los días de
whisky, coca, whisky, pastillas para dormir, coca para despertarse y sexo.
Fueron los días en los que debió haberse suicidado como cualquier mortal. Y
siguió en una carrera que le acompañó él. La primera vez que lo vio estaba ahí
indiferente. Fue con su amiga Ana Lucía y salieron los tres en una especie de ménage
à trois. Había mucho viento en la carretera. Él no decía nada, solo intentaba
mostrarle la ciudad. Sus sinuosas curvas en el horizonte, hacerle comprender porque
los incas nunca pudieron conquistar Quito. Nunca le dijo nada, solo le mostraba
el camino. Ya en la cocina puso una pasta en agua hirviendo. Después de la
tercera botella de vino le dijo a Ana Lucía que le hiciera un retrato. <<Siéntate
ahí>>, le dijo. Y agarró un lápiz. De pronto estaba ahí, suspendido en el
espacio. La comida es solo un largo camino al postre, le dijo alguna vez
alguien en un almuerzo en Santiago de Chile porque se rehusaba a salir a una
cita importante sin el postre de por medio. Ana Lucía le decía que si le
invitaba a comer siempre debía haber postre. Después comenzaron a salir los
dos, sin mujeres. Solo ellos frente al mundo. Fueron a buscar a Isabel en
Latacunga, como a hora y media de Quito. <<Por qué no lo dejas>>,
le dijo ella cuando entraron en una hostería cerca del volcán Cotopaxi.
<<No lo entenderías>>, dijo Juan. <<Fue como amor a primera
vista. Ya sabes, eso de lo que me vio, lo vi y nos miramos para
siempre>>. Cuando la historia con Isabel se acabó comenzaron a recorrer
el país juntos. En Mindo y en Tena fueron golpeados por la lluvia. En Baños
subían hasta una cumbre desde donde podían ver el volcán Tungurahua en
erupción. Alguna vez que fueron a Esmeraldas en Carnaval, cuando Loly les
abandonó en el cementerio, fueron a la playa. Después agarraron el camino de
regreso. Había lluvia y deslaves y un trancón que duró horas, después de casi
24 horas lograron divisar la ciudad y corrieron a toda prisa. Cuando Juan se
mudó a Guayaquil, él se fue por tierra. Y ahí estaba, en Lomas de Urdesa,
esperándolo para una nueva aventura. Lo acompañó a una ferretería a comprar un
taladro. Necesitaba colgar los cuadros para saber que seguía vivo. Después fue
a conocer la ciudad. Llegaron a la 17, a una cuadra de la 18. Un policía les
indicó el camino de regreso a casa. Cuando en Quito un grupo de
narcotraficantes le siguió por toda la ciudad, le indicó el camino. En Guayaquil
siempre iban juntos a Montañita. Muchas veces le ayudó a huir, cuando María
del Pilar comenzaba a golpearle en plena plaza por algunas palabras
inadecuadas. Y miraron los atardeceres y los amaneceres y las madrugadas y los
ríos y los mares, azules o rojizos. Alguna vez se detuvo en cualquier carretera
y comenzó a llorar, después lo llevó a casa y Juan durmió toda la noche.
<<Por qué no lo dejas>>, le dijo Beatriz. <<Ya busca
otro>>, le dijo Graciela. Él siguió la conversación con Rocío cuando iban
a Rumichaca. Graciela guardaba un profundo silencio. Esa es otra historia, claro.
-
Y
puedo saber de quién diablos hablas. Ya sabía que tus hermanas decían que eras
gay, pero nunca esperé esta confesión.
-
Del Fiat,
me acompañó por todas partes y ahora el tablero se alocó, ya no quiere marcar
ni el nivel de la gasolina, ni de las revoluciones por segundo ni el calor ni
el kilometraje. Me está dando señales que yo no estoy viendo.
-
Estás
loco.
-
You’re
welcome. Es el mundo de Juan. Ahora vamos a ese viaje de carretera con Graciela
y Rocío. Era una madrugada cuando empezó todo. Graciela me dijo que podía
recordar todo. Pero no recuerdo ese grano de arena que se mete en el hoyuelo de
tus dedos de los pies. No sé por qué. Hay algo extraño en eso. Y aquí es donde comienza la historia.