La estrella de David
<<Es el lago Tiberíades
ecuatoriano, ahí se originó el mundo. Si quieres ver el amanecer ahí debes
pagar como cien dólares la noche, lo que cuesta una cabaña. Es un ojo de agua
custodiado por la Mama Imbabura. Si ven ese pico allá. De ahí nacieron los
primeros habitantes del mundo. Por eso los otavalos son nuestros embajadores,
ellos van por el mundo contando que Ecuador existe, que no es un país
imaginario; que estamos en el centro del mundo, donde el agua no gira, donde
todo es al revés. A los pies de esa montaña están los brujos de Ilumán, la tierra
de los yachac taitas, los brujos en
castellano. Hay un extraño escalofrío cuando entras al pueblo. Parece que
estuviera deshabitado con muchos ojos en las puertas. Alguna vez me emborraché
ahí, solo de paso>>, dijo Juan, mientras Rocío contemplaba el amanecer y
Graciela dormitaba. <<¡Sí! ¿No ve?>>, dijo Rocío. Había pasado
tanto tiempo afuera y era la más quiteña de todas sus hermanas. Quito tiene un
extraño hablado que es reconocido en todo el mundo. El ‘¿si no? Nunca se sabe
si es sí o no. Esas dudas provocaron muchas dudas en Hamburgo entre sus amigas,
hasta ese accidente en la estación de tren donde todos creyeron que casi
totalmente borracha pensaba suicidarse y ella lo que deseaba es vivir. Se lo
contó años después en esa estación de tren de Hamburgo y le pidió que no le
contara a nadie. Y Juan, como siempre, cumplió su palabra.
Juan le contaba cada historia de
los pueblos por los que pasaba rumbo a la frontera con Colombia, muchas
ficciones, como cuando llevó a Lorena al sitio donde se estacionaban las naves
de los extraterrestres, en un camino empedrado que baja de Lloa a Mindo. Ahí
vio alguna vez su estación cuando con su amiga Ana Lucía salía a recorrer la
ciudad sin ningún orden. Solo ir por la carretera hablando de cualquier cosa.
<<¿Ya llegamos?>>, preguntó Graciela al despertarse. <<Pero
por aquí no es Alkosto, yo no sabía que existía este tan grande>>, dijo.
En el parqueadero todas las placas eran ecuatorianas. Las políticas tributarias
de un gobierno dado de nacionalista, que hincó las rodillas ante Wall Street
cuando necesitaba recursos, luego de hipotecar al país con China, había
obligado a la gente a buscar donde comprar más barato, incluso sin la forma del
contrabando. En la misma tienda había una especie de tramitadores que ofrecían
desaduanizar todo a cómodos precios. Nada ilegal. Ese gobierno había
contribuido a que la gente odiara el nacionalismo, las fronteras abiertas solo eran
propaganda.
<<Ya vendré, para que suban
a comer. Voy a cocinar>>, les dijo Juan al llegar a casa de Graciela
después de una conversación incómoda con Rocío. Era su hermana que siempre
creía tener la razón y lo decía de frente y sin ambages. No se callaba nada, lo
supo cuando recibió la carta en donde contaba su historia. No puedes contar dos
cosas, le escribió, y Juan cumplió. Contó tres. Solo entrelíneas. Esas dos y el
resultado del partido del Bonita Banana ante el Macará, que se jugaba esa
noche. Nunca nadie supo el resultado. Ese se convirtió en el mayor misterio de
la historia. Hasta que volvió a ver a Rocío y se lo explicó. Ella extrañaba
Ecuador y los chifas y la sensación de sentarse en un bus y abrazar su cartera.
La sensación de ir siempre despierta por el mundo. Prometió que nunca iría a su
funeral y le creyó.
-
No entiendo, ¿cuáles son las dos cosas?
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Es la discusión en el auto y la
conversación en Hamburgo. La gente a veces cree que uno se cayó. Y sí, uno se
cae.
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¿La estrella de David?
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Tal vez sí.
- ¿Es un detergente? ¿No es la estrella de Belén?
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No sé.