La cena

 


El duelo de los ángeles habla del tedio y lo sublime. Juan había llegado al tedio. Lo sublime lo dejaba para los demás. Nunca supo cuando lo supo, solo lo sabía. Estaba seguro de saberlo. Era como ese lenguaje de los quiteños; aprendió a hablar en señas desde el principio. El principito. Es una imagen recurrente, esa que Squatol Jones identificaba con los heresiarcas. Ella trataba de explicarle la vida y él intentaba hacerle comprender que ya la conocía.

-        Siempre tan tú. Y ahora me vas a explicar que son los heresiarcas, supongo.

-        No. En una de las noches en las que Rocío permaneció donde Graciela pude ver su frustración ante tanto té. Graciela me pidió un mapa para ir. ¿Quién pide un mapa para ir a La Mariscal? Ahí dejé todos mis despojos. Viví en edificios en los que los guardias me confundían con Nerón. Lo único que les interesaba es mi canto. Quo vadis? Pues no lo sé. Me mudé con la Policía porque el administrador no me dejaba sacar la moto. Solo porque le había tirado el teléfono cuando llamó a preguntarme si estaba al día en las cuotas del condominio para mudarme. Hallé un departamento cerca de donde alguna vez Isabel me puso el cuchillo en el cuello para preguntarme, si alguna vez, le había sido infiel. Nunca he sido infiel. Nunca. Y ella me creyó y me dejó un hilillo de sangre en la garganta. Entonces supe que debía huir y me desaparecí. Puse una puerta de metal para evitar que ella entrará destruyendo la puerta de madera. Cambié las cerraduras. Y me fui hasta que apareció muerta en la primera página de un periódico de crónica roja. Ahí vivía cuando Maribel me llamó para preguntarme donde iba a dejarme la invitación a su matrimonio. Le di la dirección y le dije que la esperaba al día siguiente. Al día siguiente me fui del departamento con Isabel cuando Maribel llamó a preguntar si ya estaba en casa. Iba con Susana, la de las palabras finales, y le dije que había necesitado salir y dejara la invitación en la portería. Isabel pensó que era algo más y me obligó a volver y no se quedó conforme hasta regresar y mirar la invitación. Me vas a llevar, me preguntó. Ahí le conté la historia de cómo me habían expulsado de la fiesta del matrimonio de Susana. Y ella me abrazó y me sirvió una copa de vino. Isabel creía que yo era un tipo bueno. Pero ahora te voy a contar de la cena con Rocío, Graciela y Wilson. Y de sus borracheras.


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