Los toros y los osos

 



Wall Street fue el gran ícono de la literatura del siglo XX, con James Joyce primero y su cuaderno de notas de las deudas adquiridas, así como la lista de compras del mercado. Conocía a la perfección cuánto debía y cuándo debía huir. Toda la literatura anglosajona cambió con la irrupción de Joyce. El detalle era el que contaba, las alegorías quedaban para Chesterton. Luego llegaría Tom Wolfe y su hoguera de las vanidades. <<Darling, la nueva literatura está en los informes financieros de Goldman Sachs, Credit Suisse, en el oso y el toro de Wall Street>>, le dijo mientras cabeceaba una siesta en el sofá después de haberse agotado un porro. Eran los tiempos en los que escribía El demonio de Laplace, la historia del determinismo más absurdo de la historia de la humanidad. La idea de que a la humanidad solo le falta el conocimiento para ser Dios. La falta de conocimiento nos vuelve humanos, sensibles, pueriles, creyentes en el amor, la Navidad, Santa Claus y los dientes de leche. En las vacaciones, la idea de la superación, del amor propio, de la vanidad y el ego. De las bravuconadas escondidas detrás de esa palabra vivir, tan amorfa como el mismo sentido de la vida. El Jack Daniel’s estaba por acabarse y fueron a buscar coca en La Mariscal, una bolsa de bicarbonato casi acaba con su vida, la de ella, porque en ese entonces él no esnifaba. Solo contemplaba con un vaso de whisky entre sus manos. Esas ganas de permanecer despierto las veinticuatro horas del día se le fueron quedando en el camino. En ese vuelo de Guayaquil a Cuenca, cuando casi murió asfixiado, presa de un escalofrío. Solo pudo respirar cuando el avión aterrizó y por la ventana comenzó a aspirar ese aire gélido cuencano, más franciscano que el de Quito.

La primera vez que llegó a Frankfurt fue al distrito financiero.  Ahí estaban el toro y el oso. El toro primero representa las grandes subidas del mercado. El inversor comprador que ataca de abajo así arriba; el segundo es su opuesto, las caídas continuas del mercado. El inversor vendedor desconfiado que apuesta por las tendencias bajistas de las bolsas. Los osos atacan de arriba hacia abajo.

Liz le sacó de sus cavilaciones cuando entró de forma abrupta a su dormitorio, casi tirando la puerta a sus dos años de edad. Ya había llegado la hora del desayuno, Rocío la había enviado para que lo despierte. En la mesa ya todo estaba dispuesto para el inicio del día. ¿Y dónde hay un Kaufland por aquí>>, preguntó al no ver ninguna botella de whisky sobre la mesa. <<De aquí como a tres horas caminando>>, dijo Rocío. Maribel le contó cómo había sido construida la casa, con una mirilla para disparar a los zombies, cuando comenzara el fin del mundo. Torsten preparaba sus propias balas para combatir a los zombies. 

Era un cazador experto. La caza era una de sus grandes pasiones comparada solo con el bourbon ahumado.

Juan, el papá de Juan y Rocío y abuelo de Liz, también tenía una gran pasión por la caza. En las noches de luna llena siempre subía a la montaña de la finca con su escopeta y bajaba en la mañana con la guanta lista para el caldero.

<<Yo me acuerdo de todo. Tal vez ese sea mi problema. No me puedo olvidar de nada. Me acuerdo cuando éramos chiquitos y te gustaba ese bom bom de tu música rockera. Realmente te volviste insoportable y de la noche a la mañana cambiaste. No tengo grandes recuerdos de Anita. De mamá no tengo recuerdos. Comíamos cuando había dinero y a veces no había nada en la despensa>>, dijo mientras hacía un calentado para el desayuno. Liz golpeaba la mesa y pedía su comida. Más. Después correteaba alrededor de la mesa del comedor y todos debían jugar con ella.

<<Pues ahora ya me ves, después de toda mi vida de farras y desenfrenos estoy aquí. Todos los vecinos son buenos, te cuidad. Al trabajo voy en bicicleta y veo Masterchef Ecuador por nostalgia>>, dijo. <<Masterchef Ecuador debe ser muy parecido a Masterchef Chazojuan>>, le dijo después de haber visto un primer programa, ahí en su casa cerca de Bremen. Ni siquiera en Quito le había tomado en cuenta. Lo esnob no era su fuerte.

<<La cocina está en otra parte, en donde inventas con el conocimiento suficiente y no reinventas o deconstruyes, una palabrita tan ridícula como su significado>>.

Ya era casi mediodía y salieron a caminar en los alrededores del pueblo. Liz hacía paradas obligadas cuando hallaba un charco de agua y comenzaba a saltar hasta enlodar su sobretodo. Liz embestía de abajo hacia arriba. Al igual que Rocío; lo entendió cuando estaban en la estación de tren de Hamburgo. Ahí supo que en una Navidad le robaron su sueldo cuando regresaba a casa en Quito.

¿Dónde está la bolita? Siempre aparecía en el mismo lugar, bajo el mismo tillo. Y Juan creyó que era una apuesta fácil y el dinero que tenía para la comida lo apostó y perdió. La bolita comenzó a aparecer debajo de otros tillos. La suerte no era determinista. Nunca lo fue. Solo faltaba el conocimiento para saber por dónde embestir. Para entrar por la puerta del toro o del oso.

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