Candy crush
¿Crees que sea una historia de amor?, preguntó él. Creo que para ti todas las historias son historias de amor, dijo ella. Él se levantó, se puso un jersey y fue hacia la puerta.
Ya amanece. Siempre me pregunté cómo te verías al amanecer. Y sí, pareces una ama de casa, dijo él. Yo nunca tuve la oportunidad de imaginar nada. Siempre supe que serías un hijodeputa, dijo ella. Un cabrón, supongo. El cabrón que te vio jugando candy crush y no se fue a tiempo, dijo él. ¿Te acuerdas cuando escribías historias bonitas sobre mí?, como esa del desayuno que te tiraba en la cara, dijo ella. Es la historia de Occidente, imaginar, dijo él. También recuerdo aquella vez que estuviste en un trancón y preguntaste por qué mi tía no dejaba a su esposo si se sentía tan bien con su amante, dijo ella. Sí y también recuerdo tu respuesta. Tu tía eras tú, dijo él. Sigues siendo el mismo hijodeputa de siempre, dijo ella. Siempre hablamos en tercera persona de nuestras frustraciones. De las esperanzas y alegrías hablamos en primera persona, porque solo son eso, esperanzas y alegrías, los mayores males de la humanidad, dijo él. Debo irme, dijo ella.
El tiempo se había detenido por un instante, él no escuchaba nada, sola la vio de pie, desnuda, recogiendo su vestido de la alfombra. No miraba a ninguna parte, como la noche anterior en que se sentaron en la barra frente a una botella de whisky.
¿Y de dónde apareces?, preguntó ella. ¿Fui a buscar oro?, dijo él. Te hiciste minero, preguntó ella. Sí, pero no escarbo en la tierra del planeta, sino en la tierra de mis uñas, dijo él. Alguna vez me quisiste, dijo ella. Te lo demostré miles de veces, hasta que alguna vez, luego de tener un orgasmo, me dijiste que también me querías y yo no supe qué responder. Desde entonces me odiaste. Me quedé como un tarado mirando a otra parte, dijo él. No recuerdo esa escena, dijo ella.
Cuando salieron la ciudad estaba desierta, nublada y llena de luciérnagas. Un taxi la esperaba y decidió darle un aventón. Se quedaron en su casa por los viejos tiempos.
¿Quieres un whisky?, preguntó él al voltear sobre sus pasos y dirigirse al bar. No, mi esposo debe estar por llegar. Hay que llegar a casa, dijo ella. Está bien, eres como la trama de Penélope, dijo él. No, soy como la trama de yo, dijo ella.
Ye vestida, con sus tacones de punta de hilo, fue al bar. Te acepto un campari, por Joyce, por quien no se quién putas sea, dijo ella al empinarse el campari de un sorbo.
Ya amanece. Siempre me pregunté cómo te verías al amanecer. Y sí, pareces una ama de casa, dijo él. Yo nunca tuve la oportunidad de imaginar nada. Siempre supe que serías un hijodeputa, dijo ella. Un cabrón, supongo. El cabrón que te vio jugando candy crush y no se fue a tiempo, dijo él. ¿Te acuerdas cuando escribías historias bonitas sobre mí?, como esa del desayuno que te tiraba en la cara, dijo ella. Es la historia de Occidente, imaginar, dijo él. También recuerdo aquella vez que estuviste en un trancón y preguntaste por qué mi tía no dejaba a su esposo si se sentía tan bien con su amante, dijo ella. Sí y también recuerdo tu respuesta. Tu tía eras tú, dijo él. Sigues siendo el mismo hijodeputa de siempre, dijo ella. Siempre hablamos en tercera persona de nuestras frustraciones. De las esperanzas y alegrías hablamos en primera persona, porque solo son eso, esperanzas y alegrías, los mayores males de la humanidad, dijo él. Debo irme, dijo ella.
El tiempo se había detenido por un instante, él no escuchaba nada, sola la vio de pie, desnuda, recogiendo su vestido de la alfombra. No miraba a ninguna parte, como la noche anterior en que se sentaron en la barra frente a una botella de whisky.
¿Y de dónde apareces?, preguntó ella. ¿Fui a buscar oro?, dijo él. Te hiciste minero, preguntó ella. Sí, pero no escarbo en la tierra del planeta, sino en la tierra de mis uñas, dijo él. Alguna vez me quisiste, dijo ella. Te lo demostré miles de veces, hasta que alguna vez, luego de tener un orgasmo, me dijiste que también me querías y yo no supe qué responder. Desde entonces me odiaste. Me quedé como un tarado mirando a otra parte, dijo él. No recuerdo esa escena, dijo ella.
Cuando salieron la ciudad estaba desierta, nublada y llena de luciérnagas. Un taxi la esperaba y decidió darle un aventón. Se quedaron en su casa por los viejos tiempos.
¿Quieres un whisky?, preguntó él al voltear sobre sus pasos y dirigirse al bar. No, mi esposo debe estar por llegar. Hay que llegar a casa, dijo ella. Está bien, eres como la trama de Penélope, dijo él. No, soy como la trama de yo, dijo ella.
Ye vestida, con sus tacones de punta de hilo, fue al bar. Te acepto un campari, por Joyce, por quien no se quién putas sea, dijo ella al empinarse el campari de un sorbo.