Sol



La vio tantas veces que sintió la necesidad de conocerla; sus zapatos fueron un freno, como esa sensación que devuelve la lucidez a alguien en su momento de la embriaguez más absoluta. Ella lo veía y no lo veía. Se alejaba, marcaba distancias con su aire de princesa sefardí de alguna portada de Vogue. La había visto tanto que omitió ver los dedos de sus pies. En sus manos solo cargaba un celular y un monedero. Y siempre estaba sola, pocas veces conversaba con alguien, tampoco bebía. <<Yo no bebo>>, dijo ella tras empinar un trago de ron Medellín. <<Estás muy joven como para no beber>>, dijo él. <<Por ahora tengo otras prioridades>>, dijo ella.

Sus ojos bajaron a su pecho y miró furtivamente sus tetas. <<Qué bonitos ojos>>, dijo él. <<Pero están arriba, acá en mi cara>>, dijo ella. Se llamaba Sol, porque decía que había nacido para alumbrar la vida de los demás. Alumbra, luz de lumbre. Taconeaba como si no hubiera mañana. Y solo miraba, contemplaba precipicios sobre los que deseaba volar. Él le dijo que sus zapatos eran muy feos, y ella le dijo que ya es tiempo. Que su tiempo había acabado. Ni el psicoanalista le había hecho sentir tan mal, se sintió humillado y aturdido. Cuando se comenzó a desvestir le dijo para. Mirando a sus ojos, sentado frente a ella, con una copa de ron con hielo en la mano, le dijo que alguna vez se enamoraría de ella, pero nunca lo sabría porque en ese momento ya se habría ido.

Cuando despertó, miró el techo. En el velador había una botella de whisky, algo anómalo en su realidad. Pasó un vistazo a su alrededor. En la alfombra estaba su iPhone. Le pidió a Siri que le hiciera escuchar la última canción que había reproducido Deezer. La neblina cubría la ciudad. El sol parecía haberse ido para siempre. La canción que comenzó a reproducir Siri le recordó a Norman Mailer y se sirvió un whisky antes de irse a la ducha.

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