El último viaje



El tiempo había pasado demasiado a prisa. Ni siquiera sabía cómo había llegado ahí y menos cómo pretendía salir. Estaba en medio de la nada. De la nada más absoluta. El frío era espantoso. Hurgó entre los bolsillos de su chaqueta y solo halló unas monedas, las lanzó al aire para para que el azar decidiera su suerte. Intentó reconocer el lugar en el que estaba y solo pudo divisar un féretro cargado por seis personas en una calle desconocida. Él era un niño y estaba feliz, desde entonces supo que asumió la muerte como una especie de felicidad. Una balacera, un golpe seco, un puñal que se hundía en el corazón a lo Martín Fierro, al Martín Fierro de Borges.

La nada es el infierno, se dijo. El frío calaba hasta lo más hondo de la piel, un hueco mucho más profundo del que imaginaba Oscar Wilde. Ni siquiera sabía cómo recordaba eso. Una luz subía y se agrandaba en la oscuridad. La luz se hacía deforme conforme aumentaba la presión sanguínea y la frecuencia cardíaca, las náuseas, los escalofríos, la sudoración, la sequedad de boca, la hipertermia, el temblor, la tensión mandibular, el castañeteo de dientes, la hiperreflexia, el aumento de la micción, de la tensión o dolor muscular, los sofocos, el insomnio y las concentraciones plasmáticas de prolactina y cortisol. Mierda, se dijo. Si al menos se hubiera enterado dónde estaba.

Se colocó en posición fetal. Escuchó el sonido de un tren. Tal vez estaba en Praga, en la estación donde Kafka se encontraba con Milena, cuando todavía creía que habíamos sido creados para vivir en el Paraíso, un Paraíso modificado sin que nadie nos hubiera dicho cuál fue la suerte del paraíso.

Cuando su mejilla llegó a tierra firme, sus ojos se abrieron y ella estaba sentada en el sofá. Un chorrillo se sangre caía desde su nariz; una figura deforme roja se había dibujado en su pecho y en parte de su vestido Michael Kors de destellos metalizados y cortes sinuosos. Con un último esfuerzo alcanzó a recoger una botella de Jack Daniel's tirada sobre la alfombra y beber su último sorbo.

Entradas populares de este blog

La reinita de Sangolquí

Érase una vez que era

juan