La madera de gofer



El día que llamaron a la casa para anunciar la muerte de su papá, él estaba en la calle jugando tiro al blanco con sus vecinos; unos negros que le parecían gigantes, por quienes abandonó a sus hermanas de juegos infantiles; esas estrellas Ninja que debían ayudar a salvar vidas iban y venían por el aire como truenos. El patriarca de la casa de sus vecinos era un negro robusto que siempre vestía con chaleco y acordeón. 

La música para toda la descendencia compuesta por diferentes ramas, a veces indistinguibles, como la de Noé, su esposa, sus tres hijos Sem, Cam y Jafet y sus esposas. La música y la Biblia, los descendientes del gran diluvio creado por Dios para destruir a los descendientes pecaminosos de Adán y Eva; los salvados por un arca grande hecha de madera de gofer. La historia desconocida del Génesis. 

Por mucho tiempo también fue su familia. Uno de los más grandes fue su profesor de ajedrez, de mañanas interminables de estratagemas para ir contra la reina, sentados en la acera. Así fue conociendo a los malos del barrio, entre partidas de ajedrez y casinos montados en cualquier esquina con un paquete de barajas; a quienes dominaban los suburbios del Chicago chiquito, porque la mafia estaba de moda por esos lugares del sinfín del mundo. Fueron sus primeros maestros; le enseñaron a sobrevivir, a jugar básquet, fútbol y ajedrez. Ya pronto se creyó un citadino capaz de volver a su pueblo natal con una navaja en el bolsillo.

La estrella Ninja la lanzaba con furia contra una puerta de madera gigante que daba a un terreno siempre abandonado con árboles de capulí, por cuyas paredes trepaba para robar la fruta ajena. Contra el pintor que años atrás, cuando se paseaba con su perro callejero de arriba para abajo, le llevaba a un cuarto lúgubre para enseñarle lo que era un pene. El protector de los niños del barrio. Y cada vez que lanzaba la estrella Ninja pasaba por su mente esas imágenes como en una rueda de molino. Era su forma de intentar concentrarse en otra cosa. Las notas del primer trimestre estaban por llegar y en lugar de estudiar se dedicó a intentar ser el macho de la cuadra. A intentar burlarse de otros, de su primer amigo de aula, que llegó por atrás a agarrar su cuello entre sus brazos. No supo cómo se levantó ni cómo lo llevó a golpes hasta la pared del aula. Cuando llegó el inspector nunca le denunció y pudo quedarse todavía en clase. Nunca más lo volvió a ver. Nunca. En sus recuerdos había desparecido. Y esos golpes todavía retumban en su mente. Eran los golpes de sus hermanos, cara contra cara, mientras sus hermanas asistían mudas a una tragedia llamada familia.

-         ¿Y esa es toda tu tragedia?, preguntó ella.

-         No hay tragedia. En el fondo siempre he sido un protegido de mierda. Primero por mi hermano. Alguna vez cuando le conté que estaba escribiendo una novela me dijo que estaba loco. O que era un egocéntrico. Y después por mis hermanas.

-         ¿Y tú crees que me amas?

-         ¿Y tú has amado a alguien?

-         A mi mamá, a mi papá y a Wellapon.

La tarde transcurría lenta. Sobre la ría se dibujaban rostros y rostros, partes de su vida que intentaba recordar. La relación estaba llegando a su fin y trataba de ser sincero con ella. Desde el día en que sonó el teléfono nunca pudo ser sincero con él. Solo se arrimó contra la pared y respiró. Ya no podría defraudar a su padre. Ya no podría defraudar al hombre que le llevó de la mano por esa larga calle hasta esa edificación de columnas dóricas. Ya no podría defraudar a nadie. La tarde caía y pidió un whisky.


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