Los golpes en la puerta

 


Los golpes en la puerta le sacaron de su letargo. Un fuerte viento golpeaba la ventana. Alguien del hotel increpaba a sus huéspedes en un alemán bávaro, como su comida. Llena de condimentos y sal. La noche anterior, Beatriz y Kai le llevaron a probar la gastronomía bávara y pidió una jarra de vino acompañada con una sopa de un plato tradicional de la cocina alemana, el leberknödel, hecha de forma artesanal con hígado de ternera picado finamente y mezclado con pan duro remojado y perejil; una especie de albóndiga cocinada en salmuera. 

Los golpes en la puerta le recordaron a Duncan, la imagen del orden moral frente a Macbeth de Shakespeare. Su asesinato marcaría el inicio del caos. Los golpes en la puerta le comenzaron a taladrar la cabeza, hasta que llegaron a su puerta. Con un vaso de whisky en la mano abrió la puerta y ahí estaba un joven alemán con lista en mano preguntándole a qué hora podía arreglar la habitación a todo pulmón. Al ver su indiferencia, preguntó en inglés. <<A las nueve y media>>, dijo y cerró la puerta. Recordó que estaba en la puerta de un mundo complicado para la migración. Beatriz y Kai le esperaban en el comedor del hotel para el desayuno, uno normal sin whisky ni campari. <<¿Cómo el mundo puede vivir así?>>, preguntó y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. <<¿Cómo la gente no puede pedir un desayuno a la cama, solo una botella de whisky en una bandeja como acostumbraba Sándor Márai? >>, dijo. 

Kai le había organizado un tour que comenzaba en la frontera con Austria y regresaba al castillo de Hohenschwangau, inspirado en la obra de Wagner, donde creció Luis II, el rey loco. Ahí estaba la cama donde dormía, la mesa del desayuno, el piano donde alguna vez debió tocar Wagner. La mesa del desayuno. 

<<Necesito una melodía. Es la única forma de terminar lo que empecé>>, le dijo a Beatriz cuando caminaban en la noche por el pueblo en busca de un lugar donde ir a cenar. Y comenzó a tararear una canción que escuchó de una playlist que Beatriz guardaba en una flash, pura música chichera ecuatoriana. Fue cuando le llevaba a un café cerca de Rödermark donde acostumbraba a pedir un capuchino con un postre gigante. Le acompañaba con un campari. <<Maribel te va a acompañar donde Rocío, yo estoy negada allá. Ya no me quiere>>, dijo. <<Y yo soy el deprimido>>, dijo Juan. <<Kai se extrañó del por qué no habías salido a comprar whisky, le dije que por el frío y me recomendó esconderte los zapatos>>, dijo. <<Siempre necesito unos días de hibernación. Y tampoco volviste a hablar con Graciela, te mandó humitas. No había choclos, pero los fue a conseguir no sé de dónde>>, dijo Juan. <<Le gustan a Xavi. A ver déjame probar a qué sabe ese campari>>, dijo Beatriz. <<Es un desayuno saludable, me acostumbré a él hace mucho tiempo. Cuando salía a hacer cicla los domingos me detenía en el parque La Carolina, sobre la Eloy Alfaro, y pedía un campari con soda. Es el mejor desayuno. Nada hay más gourmet que eso>>, dijo Juan. 

Cuando caminaron en la noche por ese pueblo el besa que te besa boquita de cereza, le llegó a su mente como una jugada de ajedrez inconclusa. Estaba en un pueblo donde todo era pulcro. No había bulla, el respeto al orden establecido era la regla y comenzó a tararear a viva voz el besa que te besa boquita de cereza sin percatarse de que un hombre algo anciano caminaba delante. 

Al volver al hotel pudo comprobar que su habitación había sido revisada. Un chiste frente a todo lo que debió pasar en su vida de periodista, cuando solía dejar un papel en algún lugar para verificar si al volver seguía ahí. Su habitación por lo general siempre era revisada. Pensaba que sus días de esquizofrenia eran cosa del pasado. Pero el pasado solo es recuerdo presente, según Agustín de Hipona. La noche del día siguiente llegó Maribel a Frankfurt en un vuelo desde Brasil, sin las tangas brasileñas que le había pedido para un regalo. <<Primero muéstrame la foto de para quién es y te aconsejo>>, le dijo Maribel en una llamada hecha a Beatriz.

Así fue cómo comenzó el camino a Bremen, cuando Maribel le contó su historia con quién intentó ayudarle a salir del clóset. No quiso, pero al menos le dejó un plan de telefonía por un año. Y su mayor miedo era que se le acabe ese plan. Y de la pelea de Rocío con Beatriz, después de la felicidad de los mojitos. <<No te preocupes, cuando llegues solo le dices lo mismo que me estás diciendo ahora, que solo te ofrecía té y de seguro solo te da whisky>>, le dijo Beatriz la noche en la que Maribel llegó con unas botellas de juguete de cachaza. <<Quién diría que nos íbamos a encontrar aquí, cuando ni siquiera en mi matrimonio en Quito te vi y hasta cuando te fui a ver para dejarte la invitación al matrimonio hiciste que me recibiera el conserje>>, dijo.


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