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Mostrando entradas de 2021

juan

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  Quito parecía un pueblo fantasma. Era su cuarto día encerrado, en confinamiento. Desde la ventana contempló la ciudad e intentó imaginar la forma del virus, no podía tener la forma del spondylus. Mirar por la ventana siempre había sido su mayor miedo. Lo hizo cuando se encendió el Cern, el centro ocupado en hallar la partícula universal o la piedra filosofal, según los alquimistas. Se levantó en la madrugada y con un vaso de whisky se pasó casi una hora contemplando el cielo; era como si un agujero negro se hubiera abierto, de esos que consumen galaxias y galaxias para convertirlas en nada, en la partícula de Dios. La imagen le devolvió a su infancia, a la casa de su tío en Echeandía desde donde contemplaba el pueblo con su parque, iglesia y su cine. A ese recorrido por un bosque tropical hasta llegar a la cancha de fútbol y después bajar a la tienda donde compraba un helado de esos hechos en bolsas de plástico. Su tío siempre le reservaba la mejor habitación, en el fondo siempre fue

Ernesto

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  Al despertar miró una botella de cerveza Corona y otra de un whisky a medio terminar. Buscó su caja de plata e hizo una línea blanca. Necesitaba estar despierto otra vez. Sobre la alfombra contempló condones llenos de semen y pastillas de viagra. El cielo de Quito estaba gris. Su amiga se había contagiado de Covid y no respondía sus llamadas, solo le dijo que deseaba esperar la prueba, porque todo mundo se va a contagiar. Se fue a la cocina y exprimió dos naranjas y al vaso agregó los restos de la botella de vodka que estaban en la nevera. Intentó mirar su pasado, recordar a Elena, su matrimonio fracasado. Había terminado de escribir la historia de Juan y solo le faltaba el toque final de sus Divorcios. En ese lapso había contemplado el fin de sus días. Elena y su infidelidad le martillaba la cabeza. El día anterior alguien de Inteligencia del gobierno anterior lo reconoció. Supo que era espiado. Su teléfono estaba hackeado. Entre tanto miedo deseaba volver a activar su pasaporte,

Deuteronomio

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  Deuteronomio. Estas son las palabras. Las palabras precedidas por los Números y es, en consecuencia, el último texto de la Torá; el Pentateuco, Las Cinco Cajas donde se guardan los rollos hebreos, según el cristianismo. Son veinte leyes para la guerra: no temas en la guerra, Dios está aquí. Israel temía al enemigo más poderoso. Israel tiene instrucciones de no temer porque Dios está con ellos. Los hombres están exentos del combate si tienen una casa nueva, un viñedo listo para cosechar o un matrimonio no consumado. Deuteronomio instruyó a Israel a evitar la inmoralidad y el pecado de otras naciones y prohibió cortar árboles que producen alimentos. ¿Cuáles son las otras naciones?, es lo que se preguntaba Juan cuando era niño. Hablaba con expertos en la Biblia y no hallaba respuestas, hasta que un domingo llegó a misa en la iglesia de su barrio, luego de bajar unas gradas rodeadas de paredes blancas, el mercado y el parque donde compraba los periódicos que le pedía su papá. Fue hasta e

Y entonces canta

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  En diciembre, tres meses antes de la pandemia, conoció a Liz, la última de sus sobrinas de la última de sus hermanas. Saltaba, bailaba, era como si solo ella hubiera descubierto el secreto de la felicidad. A veces le despertaba con sus gritos, con sus llantos, con el olor a bosque. La historia de la magia. Había llegado el tiempo de volver. Rocío por fin había comprendido que Juan comía poco y trataba de evitar la mesa con abundantes platos. Tampoco era amante del té, ni de las infusiones alejadas del whisky. Liz se hacía la dormida en el sofá, donde Rocío veía masterchefecuador o escuchaba música ecuatoriana. <<¿Por qué no escuchas a Brahms?>>, le preguntó. <<Y el tal Brahms cantará como canta Carmencita Lara>>, respondió. <<¿Cómo tu hermana Graciela?>>, dijo. <<Ella dice que canta>>, dijo. <<Al igual que tu hermana Beatriz>>, dijo Juan. <<Bueno, ella sí canta mejor que Graciela más o menos, pero con un chillido. Nu

La madrugada

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  Cuando llegó Sabath para devolverle la garantía del arriendo, la suite estaba medianamente arreglada, atiborrada de libros, botellas de vino y periódicos. Ese maldito yo estaba en la mesa de noche. Una relación había llegado a su fin y ya solo quedaba el sexo de reconciliación para volver a irse, a huir. Ahí estaba Corrientes, la calle a la que había aprendido a conocer por Borges; se había sentado en la puerta de la Biblioteca Nacional por la que tantas veces debió haber pasado Borges; recorrió el centro de Buenos Aires en busca de su casa. Nunca preguntó nada, porque no deseaba parecer turista. Conocer los mitos de su existencia era su gran pasión. Ya había conocido el hotel donde Thomas Mann escribió Carlota en Weimar y donde Goethe presidía la mesa en su comedor alejado de la cocina. <<Lees mucho>>, le dijo Sabath, al contemplar las pilas de libros arrumadas en las paredes. <<Algo>>, dijo Juan, todavía de pie mirando Corrientes, con una copa de vino pega

La antesala

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  Duncan. Esa vez pensó en Duncan, en el sonido de los rieles del tren, en el crepitar. Estaba en el lugar del crimen, en esas escenas parecida a las de Dashiell Hammett y Sam Spade. Ese fue el día de su despedida de la vida nocturna de Hamburgo, que la vivió con su amiga cubana, la que desapareció luego de haber llevado a esa ciudad desde La Habana a su amante a escondidas de su esposo. No la volvió a ver. Y ella comenzó a vivir una vida sobria. Y así fue como conoció a Torsten, con sus esporádicas salidas hasta que ya todo fue en serio. Juan ni siquiera recordaba a Torsten, la vez en que fue a su matrimonio en Quito solo pensaba en Malena, en su cabellera larga, en su sopa chorreada. Los golpes en la puerta. Duncan. Shakespeare. En todo eso pensaba antes de la muerte de Malena, antes de la llamada de Jacinto. Ese día había terminado con una tormenta incomparable, la avenida Occidental que conecta al sur con el norte de Quito parecía un río. Desde la ventana miró la calzada. Estaba

La estación de Bremen

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  <<Dile a Torsten que nos busque en el vagón de primera clase>>, le dijo Maribel a Rocío. Ella era la última de sus hermanas y no podía irse de Alemania, su último viaje, sin verla y sin conocer a Liz, su última sobrina. Su universo estaba lleno de mujeres. Su amiga Nadesha le había hecho caer en cuenta en eso, alguna vez que leyó alguna de sus historias, tan llena de ficción. Esa estaba ahí, en medio de la gente que corría de un lugar a otro; se acercaba la Navidad, la fiesta religiosa prepandemia. Rocío no estaba porque con Liz en el auto habría ocupado todo el espacio. Lo supo minutos después, cuando llegó a su casa y la halló correteando por todos los espacios, con una alegría que le recordaba su niñez. <<No quiero té>>, le dijo a Rocío. La última vez que la había visto fue en su matrimonio en Quito, cuando iba y salía de la casa de Graciela, donde la mantenía con té y con trotes en la mañana por el parque lineal en la preparación para la boda. Después se

El festín de Beatriz

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  Ya era casi la medianoche cuando llegó a Quito y su primer gran reto fue recordar donde había dejado el auto; tenía apenas quinces minutos para salir del aeropuerto, después de pagar el parqueadero. Y así fue de lugar en lugar aplastando la alarma de desbloqueó a ver si sonaba. Después de diez minutos halló el vehículo y salió. Una leve llovizna caía sobre la ciudad cubierta de neblina; al llegar a la avenida Simón Bolívar por la Ruta Viva en lugar de agarrar el desvío para seguir al norte se metió en el desvió sur rumbo a la nada, a la oscuridad más absoluta por lo espesa de la neblina; debió correr como media hora hasta llegar a un cruce en U y ya al llegar a la entrada al túnel Guayasamín intentó recordar cómo había llegado a ese sitio, a ese lugar donde Ernesto, el protagonista de su primera novela, entraba con el ánimo decaído porque entraba en el laberinto de la perdición y la infidelidad, donde tantas veces le fue infiel a Ariadna, la bella Ariadna. Siempre la imaginó como la

érase una vez que era

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  Había una vez es el primer recuerdo de mi infancia sonámbula enfundado en un abrigo tan azul como el cielo de la madrugada que lleva de Echeandía a Quito y cubre un paisaje de platanales llenos de racimos cubiertos con bolsas plásticas como si fueran condones que descubriría con el pasar de los años y me evitaría la tediosa tarea de ser padre de familia que corre de un lado al otro en busca del dinero para el arriendo y la leche y el pan y el café mientras canto con un cuenco en manos ese famoso Introibo ad altare Dei que siempre me acompañaría en mi adolescencia cuando ya había dejado de jugar con Beatriz y Rocío mientras Malena Graciela Gladys jugaban a ser adultas y cuidaban la suerte de Milton y Jacinto los hombres probos de una familia hecha de paredes de adobe como el nombre de ese programa que comencé a usar con frecuencia cuando decidí escribir la historia de mis hermanas o tal vez antes cuando pretendí ser actor con el método de Lee Strasberg y en cierta forma lo fui porque