érase una vez que era

 




Había una vez es el primer recuerdo de mi infancia sonámbula enfundado en un abrigo tan azul como el cielo de la madrugada que lleva de Echeandía a Quito y cubre un paisaje de platanales llenos de racimos cubiertos con bolsas plásticas como si fueran condones que descubriría con el pasar de los años y me evitaría la tediosa tarea de ser padre de familia que corre de un lado al otro en busca del dinero para el arriendo y la leche y el pan y el café mientras canto con un cuenco en manos ese famoso Introibo ad altare Dei que siempre me acompañaría en mi adolescencia cuando ya había dejado de jugar con Beatriz y Rocío mientras Malena Graciela Gladys jugaban a ser adultas y cuidaban la suerte de Milton y Jacinto los hombres probos de una familia hecha de paredes de adobe como el nombre de ese programa que comencé a usar con frecuencia cuando decidí escribir la historia de mis hermanas o tal vez antes cuando pretendí ser actor con el método de Lee Strasberg y en cierta forma lo fui porque el actor también finge soledad aunque eso lo supe cuando conocí a Lorena en la universidad y me metía a hurtadillas en su cuarto en las noches y me sacaba en la mañanas con la persona encargada de su cocina después de esconderme en su armario solo tras sacar a sus papas a misa a ese ritual semanal al que me condenaría cuando ya me presentó formalmente a sus papás después de haber dejado al marinero con el que se iba a casar por terquedad como cuando me obligó a presentarle a mis hermanas y fui y le guie hasta donde quedaba el cine Alhambra en la entrada al centro histórico de Quito y le dije aquí está mi hermano al mostrarle la escultura del hermano Miguel que años después sería desaparecida de la plaza de San Blas por donde se sube al Itchimbía donde pasé gran parte de mi vida de colegial porque todos los gays con dinero tenían algún apartamento en esa zona alta de la ciudad y ella comenzó a llamar a mis hermanas para decirles Juan es gay y por eso ya no se quiere casar y no me habría enterado de nada de no ser porque Beatriz y Graciela comenzaron a preguntar si era cierto que era gay y yo salí de una reunión familiar tirando la puerta para refugiarme en un burdel porque el torrencial aguacero ya no me dejaba caminar y solo deseaba quedarme sentado en una banca donde vi una de las escenas más violentas jamás imaginadas porque en un ambiente todo animado un chica de unos veintidós años cruzó toda la barra de streaptease solo para agarrar por los pelos a otra hasta golpear contra las baldosas su cabeza y después romper una botella de un licor que ya no recuerdo y gritar acérquense chucha con el pico de la botella en su mano y subí a un reservado con alguien que ni se inmutó con la escena y ella comenzó a desnudarse y yo no sentía nada como seguramente nada sintieron los eunucos de la Roma clásica o del siglo dieciocho con Farinelli como su pieza fundamental del castrato italiano y solo entonces comprendí que no era gay sino un eunuco incapaz de comprender por donde van las relaciones de pareja porque en mi vida solo he visto infidelidades hasta en mis hermanas porque eso es parte de la condición humana o de la cosmovisión andina donde un terreno no debe servir para sembrar un mismo producto si no se busca la ruina de las vidas y eso le dije a Rocío ahí en la estación de tren de Hamburgo después de que la noche anterior me recordará toda nuestra infancia mientras intentaba cocinar antes de que llegara Torsten porque esa noche me iba a enseñar a disparar en un polígono de tiro y acerté con todas las balas aunque me faltaba una que apuntara a mi conciencia donde estaba Jaqueline subiendo por esa calle empinada con una piedra en la mano o Gladys quien fue en realidad la primera mujer en cortarme el pelo sin escuchar mis reclamos como un turco que intentó hacer lo mismo en Frankfurt para desgracia de Beatriz que en vano trató de disculparse con el peluquero salido de un cuento de los hermanos Grimm y así fue como nunca más me llevó a una peluquería y decidí cambiar el había una vez por el érase una vez que era en la casa de Rocío mientras preparaba abundantes platos porque le había confesado que Beatriz me había condenado al té.


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