La antesala
Duncan. Esa vez pensó en Duncan, en el sonido de los
rieles del tren, en el crepitar. Estaba en el lugar del crimen, en esas escenas parecida a las de Dashiell Hammett y Sam Spade. Ese fue el día
de su despedida de la vida nocturna de Hamburgo, que la vivió con su amiga
cubana, la que desapareció luego de haber llevado a esa ciudad desde La Habana
a su amante a escondidas de su esposo. No la volvió a ver. Y ella comenzó a
vivir una vida sobria. Y así fue como conoció a Torsten, con sus esporádicas
salidas hasta que ya todo fue en serio. Juan ni siquiera recordaba a Torsten,
la vez en que fue a su matrimonio en Quito solo pensaba en Malena, en su
cabellera larga, en su sopa chorreada.
Los golpes en la puerta. Duncan. Shakespeare. En todo eso
pensaba antes de la muerte de Malena, antes de la llamada de Jacinto. Ese día había terminado con una tormenta
incomparable, la avenida Occidental que conecta al sur con el norte de Quito
parecía un río. Desde la ventana miró la calzada. Estaba tan drogado que solo
se miró frente a un espejo, se encomendó a Dios y llamó a un taxi.
<<Calama y Diego de Almagro>>, le dijo.
<<Ya llegué>>, le escribió al notar un
movimiento inusual en su cuarto. <<Pues entre>>, dijo ella cuando
corrió las ventanas para ver si en realidad había llegado. En el cuarto estaban
dos de sus amigas, todas animadas con unas cuantas líneas de polvo blanco.
<<Pídale al negro, que él trae de la buena>>, le dijo a Pilar la
que estaba recostada con aire de princesa y envió al administrador a comprar
una botella de whisky. <<Necesito cinco dólares>>, le dijo una
flaca que se arreglaba frente al espejo. El turno frente al espejo le tocaba a
Pilar. Después de mirarse en todas las posiciones se preguntó en qué cama
amanecería mañana. Todo era incierto. Su amiga le puso un polvo blanco frente a
la nariz. <<Pruebe, no hace daño>>, le dijo.
Lo último que recordaba era salir arrastrado por la dos
de bar en bar, en el último pidieron una botella de tequila y desapareció. Ahí
comprendió que los golpes en la puerta de Duncan eran reales. Comenzaron a
sonar como tambores en su cabeza. Hasta que caminó a la puerta desnudo. Al
abrir, estaba Pilar con un batallón de policías y el dueño del bar donde había
pedido el tequila. Entró a ponerse un pijama y al volver se enteró de que la
Policía iba a llevarla presa si no cancelaba la cuenta. <<Nunca cargo
efectivo>>, les dijo. <<Aquí están dos cámaras. Mañana paso por su
bar y pago>>, le dijo al dueño y cerró la puerta. Nunca recuperó sus
cámaras, el dueño o el administrador había desparecido.
Su historia, en realidad, era una historia de niños
frente a la historia de Rocío. Su caída en la estación del tren, su reacción
para levantarse segundos antes de que llegara el tren y su salida como si nada
hubiera pasado.
-
Estás
llegando al final de tu historia, ¿verdad?
-
¿Cuál
es la historia?
-
La
de tus hermanas.
-
Tal
vez esa sea la única realidad que conozco. Ahí no hay historia. Esa ha sido y
será mi vida.