Y entonces canta
En diciembre, tres meses antes de la pandemia, conoció a
Liz, la última de sus sobrinas de la última de sus hermanas. Saltaba, bailaba,
era como si solo ella hubiera descubierto el secreto de la felicidad. A veces
le despertaba con sus gritos, con sus llantos, con el olor a bosque. La
historia de la magia.
Había llegado el tiempo de volver. Rocío por fin había
comprendido que Juan comía poco y trataba de evitar la mesa con abundantes
platos. Tampoco era amante del té, ni de las infusiones alejadas del whisky.
Liz se hacía la dormida en el sofá, donde Rocío veía masterchefecuador o
escuchaba música ecuatoriana. <<¿Por qué no escuchas a Brahms?>>,
le preguntó. <<Y el tal Brahms cantará como canta Carmencita
Lara>>, respondió. <<¿Cómo tu hermana Graciela?>>, dijo.
<<Ella dice que canta>>, dijo. <<Al igual que tu hermana
Beatriz>>, dijo Juan. <<Bueno, ella sí canta mejor que Graciela más o menos, pero con
un chillido. Nunca sacó más de sesenta en un karaoke>>, dijo.
Liz siempre se negaba a ir a dormir si no estaba Rocío.
Así fue como comenzó una conversación con Torsten sobre un negocio que
cambiaría la vida para siempre de dos ciudades, en medio de una botella de whisky con olor a madera ahumada de Bremen.
A Rocío la pudo ver en Hamburgo y en Bremen; a Jaqueline
nunca la pudo ver en Nueva York, la vio en uno de los episodios más extraños de
su vida, de esos que nunca se irían de su mente, a pesar de que lo intentara; a Malena la pudo ver en
Camarón, el pueblo cerca de la montaña donde nació; donde la regalaban
empanadas hechas en horno de leña solo porque era el hijo de Juan.
<<Quiero un mojito>>, le dijo Rocío a
Torsten.
-
Y
esa es mi historia –le dijo a Estefanía mientras retiraba sus bragas Calvin
Klein.
-
¿Y
de verdad quieres hacer esto? –preguntó.
-
No –dijo
él. Le contó que en el fondo era fiel.
-
Pero
bien al fondo, ¿verdad?
-
Tal
vez.