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Mostrando entradas de junio, 2020

La muerte de Malena

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Había un tiempo en que todos los tiempos eran similares, los universos paralelos de los que escribió Adolfo Bioy Casares en el río El Tigre; cuando llegó a Buenos Aires lo primero que hizo fue recorrer el río y sintió un escalofrío. Mucho más profundo que el sentido en el río Putumayo cuando la embarcación se detuvo esperando la orden de disparar en su contra. En todas partes veía fusiles apuntando a su cabeza. Nunca supo qué decidió su vida. Su vida era un azar. También estuvo en la gradas de la Biblioteca Nacional por las que tantas veces debió haber pasado Borges. La noche de Navidad que regresó a casa después de mucho tiempo Malena le dijo que entrara a la cocina y le sirvió arroz con pollo. Quería que comiera antes de que llegara todo mundo. En ese tiempo el casi no comía. Ya cocinaba, no precisamente por el arte culinario de sus hermanas. A Gladys se le quemó un huevo puesto al fuego con abundante aceite en casa de Graciela, cuando pidió un arroz con huevo frito para evitar rim

El teatro Mágico

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Herman Hesse se casó en 1924 con su segunda esposa, la cantante Ruth Wenger. Tras un corto viaje a Alemania juntos, Hesse decidió dejar de verla definitivamente. El aislamiento y la incapacidad psicológica para relacionarse con el mundo exterior, así como sus constantes pensamientos sobre el suicidio pesaron en su separación. Fue cuando comenzó a escribir El lobo estepario , su décima novela, publicada en 1928, antes de La Crisis . Son manuscritos creados por el protagonista, Harry Haller, donde narra la vida del protagonista y su difícil relación con el mundo y consigo mismo. En la novela hay un episodio inquietante, algo que siempre le llamó la atención, un saxofonista misterioso llamado Pablo, en El teatro Mágico .  El saxofonista lleva a Harry a un baile de máscaras y luego le hace conocer su asfixiante Teatro Mágico, un pasillo largo en forma de herradura, con un espejo en un extremo y muchas puertas grandes por el otro. Harry entra en cinco de esas puertas; cada una representa

La carta

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Querida Lorena, mientras escribo esta historia de las personas que más me importan en esta vida, porque en cierta forma soy la suma de sus vicios y virtudes, mis hermanas, me acordé de ti y pude extrañar Bogotá; sus barrios bohemios y conspirativos, sus librerías con títulos extravagantes, sus rotos donde entraba a beber aguardiente y tener largas charlas intrascendentes con una de mis amigas más entrañables, la que nunca pregunta nada, la que solo dice hazlo y no me jodas. La que nunca me dejaba manejar en Bogotá, porque decía que siempre pasaba ebrio. Extraño esa ciudad con tu aroma, ahora encerrado en un cuarto condenado a la austeridad del licor y de la cocina. Alguna vez me fui de tu lado, creí que para siempre y volví en las más extrañas circunstancias. Te volví a ver con tu pelo recogido y un escote que solo me dejaba ver tus tetas. No veía nada más y me dijiste: ¡No me mire las tetas! Antes de dejarme abandonado en una calle desierta. Solo te vi subir a un taxi e irte. E insi

Malena

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  La Macorina nació en 1892 en el poblado de Guanajay, entonces provincia de Pinar del Río; su nombre verdadero fue María Constancia Caraza Valdés. A los 15 años huyó de su casa y se fue a La Habana en compañía de su novio y único amor al que abandonó por las penurias económicas para entrar al mundo de la prostitución. Ella era Isabel. Isabel era La Macorina, la que llamó una madrugada y le dijo que ya le pasaba recogiendo  por  su departamento. Salió con una botella de aguardiente y el periódico del día. Bebieron todo el día y cuando estaba en la más completa ebriedad agarró su mano, la envolvió en su cuello y le dijo duérmete. Era como una especie de cadena. ¿Cómo se hacen las empanadas colombianas?, les preguntó. <<Papas, cebolla blanca picada, tomate picado, cebolla larga picada, ajo picado, cilantro fresco picado, pimentón rojo picado, pimienta negra y carne molida>>, le dijo. Uno era chef y el otro asesor financiero de multinacionales que un día decidieron dejar tod

Soy mejor que Schumacher

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Sus hermanas son unas brujas Juan; cómo Rocío puede criticar a Beatriz solo porque le daba té cuando llegaba a su casa y cómo Beatriz puede criticar a Rocío por no saber qué es Tiffany. Ni yo sabía hasta que me dijo que en lugar de una baratija debía pedirle a mi ex un anillo de diamantes. No caramelos. Unos pinches caramelos Juan y una invitación a comer unas alitas en un sitio inmundo y ahora anda diciendo que yo lo dejé, que yo soy la bruja cuando no tiene ni pinche idea de lo que quiere. Mi ex, he tenido dos ex en mi vida, dos pinches ex y voy a llegar a mis veintisiete años encerrada en mi casa y perreando con mi mamá. ¡Yo perreo sola! Esa historia de la marca   que le contó Beatriz sobre Rocío es chistosísima. Solo espero ver cómo la cuenta. Y Graciela no me podrá dar un bañito de buena suerte. Anita me cae bien porque le hizo darse cuenta de que su estado no es la tristeza, por eso le escribí eso, cuando escribió eso. Ya estoy borracha Juan, cuál es su copa. ¿La mía es está o es

Antes de Malena

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Cuando despertó después de dos días de borrachera se subió en un taxi y fue a su departamento. Anita no le dijo nada. Tal vez llegaron a verlo en total estado de indefensión Malena y Gladys, inseparables, aunque cuando comenzó a escribir esta historia Rocío le contó que no se podían ver. Sus constantes peleas eran hasta por la ropa. Algo que no habría pasado entre ella y Beatriz que compartían todo, hasta las recetas de cocina. La última vez que estuvo en Frankfurt Beatriz le contó que todos los años Rocío le pedía por intermedio de su sobrina la receta del pavo. Y ella a su vez pedía, también por intermedio de su sobrina, a Graciela la fórmula mágica para recibir el año y cumplir todos los deseos inacabados. Era el resultado del enojo y las peleas, de las disputas personales en una familia en la que los hombres ya resultaron actores secundarios. Simples voyeuristas. En su departamento todo era un desastre. Comenzó a llorar de nuevo. En el teléfono había decenas de llamadas perdidas,

La fiesta

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En Quito, hace muchos años, todo mundo esperaba diciembre. Era el mes de las fiestas, cuando las mujeres podían salir acompañadas de sus hermanos y filtrear con desconocidos. Bailar al ritmo de las cumbias, de las orquestas contratadas por el Municipio instaladas en cada barrio. Nadie podía perderse la fiesta del barrio, ni los canelazos compuestos por agua de canela hirviendo y puntas. Ni los agachaditos de los alrededores. Todos se preparaban para ese día. Había trajes especiales, citas acordadas. Puntos de reunión. El de su familia se ubicaba como a trescientos metros de la tarima. Todos sabían dónde llegar.  Había un círculo formado y mientras más gente llegara más se agrandaba el círculo. Estaban las familias de su cuñado, los amigos de esa familia. Había secretos compartidos entre Graciela y Balbina, la primera novia de Milton conocida por la familia, el peor bailarín de la familia. Cuando bailaba movía las piernas como si estuviera en un desfile militar. Jacinto al menos tenía l

La sopa chorreada

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La sopa chorreada es una versión económica de la sopa de bolas de maíz, una receta tradicional de Quito. Siempre pensó reinventarla. Darle un toque gourmet . Nunca lo hizo. La memoria, en algún momento de la vida, debe quedarse intacta. Es solo la memoria, los recuerdos intocables. Los que nunca deben irse. El olvido que nunca llega. La gastronomía ecuatoriana es ante todo una acumulación de sopas. Hay tantas variedades que es difícil inclinarse por una; está el yahuarlocro, el caldo de patas, el locro de papa chola, las papas con cuero, el caldo de manguera o de salchicha, la sopa de bolas de verde, la sopa de fideos con queso y papa, la sopa de quinua, la sopa de avena, la sopa de lentejas, el caldo de gallina, el aguado de gallina, el encebollado, el viche de pescado y hasta la famosa fanesca de 12 granos pelados, cada uno como imagen de los doce apóstoles, que preparó alguna vez cuando estaba enamorado. Un plato muy popular porque el país pese a declararse católico y creyente siemp

El interludio

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          Cuando volvió a Quito no sabía de qué huía. Tal vez de una vida disoluta. Tal vez de Raiza, una de las mejores bailarinas de streaptease de la ciudad, la conoció en La isla del tesoro;  la novela de Stevenson escrita en 1883 e inmortalizada en Guayaquil. Su espectáculo era de telas envolventes, irreverentes. Fueron largas noches bebiendo aguardiente. Ni bien entraba, ella se acercaba a su mesa así el sitio estuviera repleto. Bailaba para mantener a su mamá y era una fanática de los relojes. Una coleccionista de relojes, tal vez buscaba tiempo, el sentido del tiempo. Sus últimos días en Guayaquil fueron llenos de sobresaltos, porque cómo debía vivir entre el calor y el frío, entre Guayaquil y Cuenca, donde dictaba talleres de periodismo, su sistema inmunológico colapsó. Y sufría por fuertes hemorragias por la nariz. Así conoció a su otorrinolaringólogo de la clínica Kennedy, graduado en México, que fue su luz al final del túnel. La primera vez que llegó sangrando le preguntó

Anita

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Cuando un hombre vuelve a casa es porque ya nada tiene que perder. Creo que lo escribió Faulkner. Tal vez. Faulkner, Joyce…, todos los que regresan a Nathaniel Hawthorne. Los que ahora esperan a Godot.   Él nunca supo cómo superó ese primer año del colegio, el más fatídico de su vida. Las estrellas Ninja clavándose en una puerta de madera mientras su papá moría sentado en un excusado por un ataque cardíaco. El timbre del teléfono. Su papá en su cuarto principal con su nueva esposa, sacada casi de inmediato de la casa después de su funeral, con una hija en camino. Nunca conoció a su hermanastra, tal vez porque también nunca soportó que su papá habría reemplazado tan pronto la compañía de su mamá.   La muerte de su madre dejó una disputa por el matriarcado. Anita, la más opcionada, no pudo con esa tarea porque tenía otro desafío, cuatro hijos bautizados en seguidilla sin haber conocido otro hombre más allá del hombre del machete y los garrotazos. Sus hijos fueron su refugio. También

Entre rosas y matrioshkas

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Truman Capote decía que la imaginación siempre puede abrir cualquier puerta, girar la llave y dejar paso al terror. La realidad superó su imaginación. Ahí de pie, frente al Estero Salado, supo que su vida era la soledad, el abandono absoluto del escritor frente a la página en blanco. <<Los hombres me miran con ganas y las mujeres con rabia>>, solía decir. Ahí en Guayaquil los conductores detenían sus vehículos para contemplarla. <<Ya ve>>, le dijo en alguna ocasión cuando estuvo en Quito y fue a buscarla a su hotel para ir a un bar. Ni bien salió a la calle todos los ojos estaban puestos en su cuerpo, como si fuera un objeto sexual. Estaba feliz por el reencuentro. El último de los reencuentros previos al desastre. Ella era como una matrioshka, ese conjunto de muñecas tradicionales rusas creadas en 1890; huecas para albergar en su interior una nueva muñeca y esa a su vez a otra, en un número variable que puede ir desde cinco hasta el imposible, siempre y cuand