El teatro Mágico
Herman Hesse se casó en 1924 con su segunda esposa, la cantante Ruth Wenger. Tras un corto viaje a Alemania juntos, Hesse decidió dejar de verla definitivamente. El aislamiento y la incapacidad psicológica para relacionarse con el mundo exterior, así como sus constantes pensamientos sobre el suicidio pesaron en su separación. Fue cuando comenzó a escribir El lobo estepario, su décima novela, publicada en 1928, antes de La Crisis. Son manuscritos creados por el protagonista, Harry Haller, donde narra la vida del protagonista y su difícil relación con el mundo y consigo mismo. En la novela hay un episodio inquietante, algo que siempre le llamó la atención, un saxofonista misterioso llamado Pablo, en El teatro Mágico.
El saxofonista lleva a Harry a un baile de
máscaras y luego le hace conocer su asfixiante Teatro Mágico, un pasillo largo
en forma de herradura, con un espejo en un extremo y muchas puertas grandes por
el otro. Harry entra en cinco de esas puertas; cada una representa un
capítulo distinto de su vida. Sus hermanas eran siete u ocho, si contaba su
hermana que su padre concibió con la sobrina de su mamá. Nunca conoció esa
historia hasta que una de sus hermanas se la contó, como cuando le contaron la
historia de una prima considerada como la reina de los burdeles.
En realidad desconocía muchas historias de
su familia, todas como sacadas de una novela tras otra, de una ficción tras
otra, como ese Teatro Mágico de Hess, como la historia de su abuelo que había
llegado a ser propietario de hectáreas y hectáreas de tierras, de grandes
montañas y ríos y lagos, que al parecer había sido asesinado con un tiro por la
espalda. <<Mi papá había tenido mucha, pero mucha plata, mucho ganado, y todo lo desperdició en mujeres y trago. ¿Por qué yo tuve que llegar justo cuando ya era pobre>>, le dijo
alguna vez María del Pilar, la mujer que le golpeaba y le destruía el
departamento porque creía que le era infiel, cuando ella solo había sido fiel a
su mamá, a su papá y a Wellapon.
La noche que se fue de la casa, cuando desobedeció
a su hermano que le pedía entrar en la casa, mientras sujetaba una correa en el bolsillo de su
chompa fue al barrio de la Santa Prisca, donde estaban sus amigos de juerga,
con quienes se había emborrachado muchas noches. Ahí estaba Marcelo, un Manos de
piedra Durán del barrio, y Gustavo, el gordo Gustavo, el galán del barrio. Su
papá de jactaba de ser el mejor sastre de Quito. Su hermana era guapísima. Y
entre los dos se turnaban para darle posada en las noches y cuando no podían, con otros desheredados dormían acurrucados en una especie de terraza que hay en
el edificio del Consejo Provincial de Pichincha. La plata para el licor y el
billar la conseguían asaltando a borrachos en las calles. Marcelo era el
encargado de agarrarle el cuello y Gustavo rebuscaba en sus bolsillos. Buscaron
unas pistolas de juguete y decidieron ser más avezados. Una noche entraron en
un restaurante por la ventana y apuntaron a unos meseros que hacían limpieza.
<<Llegaron tarde, ya se les adelantaron>>, dijo uno. Minutos antes
otro grupo ya había asaltado el local. Era una carrera contra el tiempo. Y
cuando no había para comer lo más usual era irse a cualquier restaurante de un
círculo alejado del barrio, pedir muchos platos y después el que no corre o es
atrapado paga la cuenta.
El cansancio por tantas noches de frío le
obligó a regresar a casa. Nadie le dijo nada. Ni Malena que estudiaba por las
noches para trabajar en las mañanas. Era la encargada de la limpieza, de la
cocina y hasta de la lavandería. Le encantaba tener todo arreglado. Solo volvió
en silencio, como si llegara a una casa de acogida, y en la tarde salió a patear pelota con sus vecinos, con
Aníbal, con Patricio, su maestro de ajedrez. Solo pateaban la pelota contra una pared blanca, grande, como
si estuvieran cobrando pénales. Un día, de la biblioteca de su hermano, de
la que se robó muchos libros para ir a vender en el mercado Arenas antes de huir de casa, encontró una pequeña novela de un autor
ecuatoriano, de cuyo nombre no se acordaba. La leyó en una noche, era la
historia de un personaje caído en desgracia y que volvía como héroe al mundo de
la política. <<¿Y qué debo hacer?>>,
se preguntó. <<Estudiar, ¿eso es todo?>>, se respondió. Volvió al
colegio y desde entonces no paró de leer. Leía hasta el amanecer. Reía a
carcajadas en las madrugadas mientras leía El
Quijote de la Mancha. Y comenzó a borronear su novela, hasta que Malena se
levantó como siempre a la seis de la mañana y comenzó a barrer la sala y le
dijo <<muévete>>. Indignado, se fue a dormir. La vio años después
en una cena de Navidad. La cocina siempre estaba ordenada, al igual que la
nevera. Todo limpio. Su mundo fue una máquina de coser, como el mundo de Coco Chanel, hasta que conoció a un
novio y se enamoró y se separó. Nunca lo conoció ni deseaba hacerlo. Le era absolutamente insoportable. Ella siguió
su vida con la ayuda de sus otras hermanas y, cómo no, de Jacinto, el mimado de
todas.
-
Tú estás loco. Mira, si escribes algo sobre mí quiero leerlo primero y el
cincuenta por ciento de las regalías –le dijo Marbelys, una periodista venezolana que
había huido de la dictadura de Nicolás Maduro y aterrizado en Quito
después de un viaje de tres días en bus en su camino a Santiago de Chile donde
estaba su novio.
-
¿Y por qué crees que voy a escribir sobre tu vida? –le pregunto él.
-
Pues estás ahí pregunta y pregunta –dijo ella que iba vestida con un
vestido tipo Carolina Herrera y unos zapatos horribles.
-
Tu fuerte no son los zapatos, esos son horribles –le dijo.
-
Ni tampoco las joyas, ni los perfumes, prefiero usar estos aretes que hallo en el centro. Diez por dos dólares cincuenta –le dijo mientras dejaba su copa de Jagger
sobre la mesa para sacar sus zarcillos y mostrarle que eran de fantasía.
-
Una chica con clase, sin gusto para los zapatos –le dijo él.
-
Ajá, ¿y tus zapatos son bonitos?
-
Me los elogió mi amiga de Bogotá, ella tiene muy buen gusto. Sabe de moda,
de tendencias. Ha editado una de las revistas más importantes de Colombia con
una tirada de 600 mil ejemplares. Ella tiene unos igual.
-
Se parecen a los de un militar.
-
El tema es quién los usa y cómo los combina.
-
Yo soy feliz con mis zarcillos. Me gustan.
-
La felicidad siempre ha estado en la simpleza. Es como la historia del
árbol naranja lima. La felicidad es una suma de momentos. Una historia tierna
de un libro que le enviaron a leer como tarea a mi hermana Rocío o Beatriz, ya
no recuerdo bien a quién. Me lo pasaron para que hiciera un resumen. Y me
concentré tanto en explicar ese capítulo que hasta ahora lo recuerdo.
Eran los días previos a la declaración del
estado de emergencia por la pandemia del coronavirus. Un día inesperado. Todos encerrados, nadie
sin poder salir. Mirando la ciudad desde la ventana. Todos cantando Resistiré. Él
había resistido toda su vida y muchas veces se había caído y se había levantado.
La última vez que su amiga Ana Sofía le vio le dijo que asistía al suicidio más
caro de la historia. Y su amiga Lucía muchas noches le vio quebrarse en llanto
y se quedaba ahí acariciándole la cabeza hasta que se quedara dormido. Y al día
siguiente se despertaba para desayunar un aguardiente o un ron. Y a veces ellas
le acompañaban, aunque siempre tenían la mala costumbre de obligarle a comer.
Nunca más la volvió a ver. El sueño de la
periodista venezolana era ir a Chile, recoger a su novio e irse a España, bajar
del avión y llorar porque su sueño se habría cumplido. El sueño que había comenzado a
tejer cuando se subió en un bus en Venezuela para cruzar Colombia y llegar a
Ecuador. Pero antes necesitaba operarse las tetas. Y guardaba cada centavo para
cumplir su sueño. Para las tetas e irse a España.