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Mostrando entradas de agosto, 2020

La tejedora manabita

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Beatriz había llegado a Quito para sus vacaciones de marzo. Siempre llegaba sola, era su forma de alejarse de todo. Sus hermanas eran su refugio y Jacinto, por lo que siempre debía cargar en su maleta un reloj y unos chocolates mon cherry para Juan. En el centro llevan kirsch, un licor incoloro hecho por destilación del jugo de una especie de cerezas de Morelo, una variante de la cereza ácida o silvestre, producidas en la Selva Negra de Alemania. La tierra de Thomas Mann. Su refugio. De mañanas y atardeceres irreproducibles. Ella era el equipo de avanzada para preparar el matrimonio de Rocío. Esa noche también estaba Cristina y sus amigas, dedicadas a empinar el codo como si Baco hubiera declarado el fin del mundo o el comienzo de la pandemia del coronavirus. <<Sí, claro. Te acuerdas de La tejedora manabita , tiene unas tongas espectaculares>>, dijo una de ellas, que trabajaba en el Ministerio de Agricultura. Juan había comenzado a hablar de cocina y se le ocurrió menciona

Los casamenteros

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  <<Ya ves, ya ves, si hubieras salido cinco minutos antes todavía habría alcanzado a la gasolina a menos de dos euros. Menos de dos euros, Juanito. Eso es un albur aquí. ¡Te imaginas! Menos de dos euros. Aquí la variación de precios es real, eso de los marcadores en Wall Street o en Frankfurt, la historia de los toros y los osos. Puede cambiar en segundos. Ni siquiera son las siete y ya casi todo está cerrado. Ya me acostumbré. Con tu hermana a veces íbamos a una discoteca latina, en un pueblo más grande, claro que Kai se enojaba. Ese es el bar mexicano al que te llevaron, en mi pueblo hay uno igual, claro que ahí sí le ponen licor. No es tan suave, a veces vamos con Simon. O íbamos. Claro que lo conociste, fuiste el primero en conocerlo personalmente, cuando vivía en la casa de tu hermana. Vine a Alemania a hacer mi maestría, porque no soportaba Ecuador, no quería tener novio allá, además mi mami no me dejaba, bueno no conoció de uno. Nunca se lo dije. Y no vayas con el chisme,

Y antes de mí, el silencio

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  Antes de Juan no existía nada, ni los ríos, ni los océanos ni el cielo ni la lluvia ni el camino del camino empedrado de Echeandia a la finca ni las montañas ni el riachuelo ni la abuela vestida como siciliana contando cuentos de terror ni papá con su escopeta esperando la luz de la luna para disparar a una guanta ni el fogón de leña ni la noche ni los días ni el crepitar de las gradas de madera ni los sueños ni el cansancio ni el miedo ni la pandemia ni la esperanza de pandora ni ese olor a humedad ni los candiles ni la luz de la luna ni la luz de sol ni los fogones de leña de Camarón ni sus empanadas de queso. Hasta que abrió los ojos una noche de mucha lluvia en la finca a la que había acudido la partera. Y ahí estaban sus hermanas, menos Beatriz y Rocío. <<Se va a llamar Juanito>>, había dicho su papá. Su segundo hijo varón ya se llamaba Segundo, ni modo que él recibiera el nombre de Tercero. Milton en realidad no se llamaba Milton sino Wilton, se lo cambió en el Regi

El homosexual

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  A última hora Juan logró conseguir un vuelo para Manta, era fin de año y todo estaba lleno. Isabel quería volver a Canoa, ahí iba con su novio el suizo a hacer parapente. Una de sus debilidades era la langosta, aparte del spaguetti con tofu. Llegaron en la mañana del 31 de diciembre y en un taxi fueron a Canoa en un viaje que le pareció interminable. Mucha gente la conocía ahí. Le llevó a un hotel frente a la playa, con un balcón, desde donde podía mirar la lejanía del mar y escuchar el murmullo de las olas. El dueño era un hombre obeso, que siempre permanecía sentado en una silla blanca pycca. En ninguna casa de Guayaquil y toda la costa podía faltar algún mueble pycca. Graciela siempre le llamaba ya sea en navidad o fin de año para que fuera a cenar en su casa. Y ya después se fue olvidando, no soportaba la ingratitud. <<Antes, todos los años llamaba a Milton en su cumpleaños y él nunca llama, pues dejé de llamarle>>, le confesó años después. Pero siempre le recibía com

Beatriz

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  Juanito, estás aquí, quién diría que nos veríamos acá. Ya acabé mi vida en Brasil. Lo de las tangas creía que era broma, pero si no me dejas ver la foto de para quién es no te puedo ayudar. Yo soy una buena asesora de modas. Pero te traje cachaza. El difunto, caput . Ya te contaré en el viaje a Bremen. Mira, si vamos en primera clase; las ventajas de viajar con Juanito. Yo he sido rica sin tu glamour. He viajado por todo el mundo sin tus lujos. Ya ves, ahora soy la sobrina pobre. ¿Y cuándo viajamos? Sí, la Liz es una preciosa. Y aquí está la estrella de la familia. ¡Kai!, no quiero vino. Mi amorcito no bebe, así que debo irme acostumbrando. Una copita estaría bien. ¿Ya te llevaron al bar mexicano? Los cocteles son buenazos. ¿No te gustó? Sí, ya sé que algo te contó tu hermana. Te lo diré en el camino. Ahora estás en el cuarto donde estaba hospedada. No sea curioso, espero que no hayas visto mis juguetes sexuales. En realidad los estaba coleccionando para enviarlos a Susana. Yo no ent

Las Perseidas

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  “Cuando la Tierra atraviese una nube de escombros cósmicos a mediados de agosto, los cielos nocturnos se iluminan con una extraordinaria exhibición de estrellas fugaces y alguna que otra bola de fuego. Cada año, la Tierra choca contra la trayectoria de la órbita del cometa y los escombros abandonados; hielo, polvo y trozos de roca del tamaño de un grano de arroz golpean las capas superiores de la atmósfera y se encienden en llamas, a veces hasta solo por una fracción de segundo”, le explicaba Juan a Lorena, sentados ahí en una pizzería, junto al cruce del río Tena y Pano. Pronto comenzaría a llover. La botella de vino casi se había acabado. Caminaron para cruzar a pie el puente sobre el río Tena. Era como si deambularan por un mundo de zombies, rostros escondidos en una mascarilla y miedo, mucho miedo. La sensación de angustia era asfixiante. Juan comenzó a sentirse atrapado en un mundo ajeno y distante. La humanidad se parecía a las Perseidas. Fue la angustia que sintió cuando Graci

Jaqueline

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  Cuando amaneció Gladys vio a Malena tirada en el piso. Amanecía y no había nadie a su alrededor. Nadie, ni Anita, ni Graciela, ni Beatriz ni Rocío y menos Jaqueline. La desesperación, la ausencia de ayuda. Los gritos. El 911 no respondía y cuando respondió no llegó a tiempo. Malena se sacudía en el piso, con espasmos frecuentes. La silenciosa agonía de su familia. La muerte de su papá en un baño, la muerte de su mamá en la habitación de un hospital. Gladys solo podía llorar. Juan había llegado a Quito hace poco y al primero que vio en la morgue fue a Milton. Después fueron llegando todos. Todos sintiéndose culpables. Todos sin mirarse. Todos escondiendo sus culpas. La mirada de Gladys en el funeral fue de ausencia, mientras los demás se ocupaban por esperar la llegada de Beatriz, la Kim Kardashian de la familia. Juan intentó reconstruir muchas noches esa mañana. Lo hacía escuchando las conversaciones, esas en voz baja, esas recriminaciones no dichas, las peleas a kilómetros de distan

La carpa

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  ¡Solo acelera!, le dijo. Estaban en los bordes de la playa de Muisne, una isla de Esmeraldas a la que solo se llega en gabarra. Es una playa gigante con muchas olas y pocos turistas. La idea era llegar lo más lejos posible del atardecer para tener sexo en la playa al aire libre. Un montón de balsas y piedras encunetó el carro. Unos pescadores del lugar ayudaron a sacarlo cuando ya parecía que las aguas se lo llevaban. Ella le había dicho que deseaba terminar la relación porque se había enamorado de alguien más y Juan le había dicho, bueno. Que no había lío y fuera feliz. Muchos años después, nunca entendería por qué nunca se enamoró de ella. Antes de terminar el colegio supo que algo especial le asociaba con la playa. Las olas, los atardeceres, el ruido, el golpeteo del viento, el olor de su cocina al aire libre. Con ella fue a Montañita una noche de mucha marihuana y mucho sexo, cuando recién comenzaban a salir. Se fueron con chicos cuya única misión en la vida era sacar dinero a

La vuelta a casa

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  Descalzo, vestido con un pantalón y una camiseta delgada había regresado a casa, al frío de Quito, después de un viaje lleno de esperanza, el peor de los males de la humanidad. Había caminado la eternidad y un día desde que su amigo le sacó de Atacames, la playa por excelencia de los quiteños, para llevarlo a su casa en El Carmen, un pueblo manabita de machete al cinto. Su mamá fue muy amable con él. Comía bien por primera vez en tres días. Nunca supo por qué nunca lo volvió a ver. Fueron a la playa para la gran fiesta en Carnaval y regresaron como pordioseros. En ese entonces, como dicen los cuentos de hadas, en su casa todavía se levantaban los muros para la batalla de las mayores peleas entre sus hermanas y Milton. <<Esto no es un hotel>>, le gritó Graciela cuando lo vio llegar sin nada, en busca de refugio, antes de tirarle la puerta en la cara. Juan no dijo nada, asumía su culpa, solo agarró una pala y comenzó a mezclar el ripio porque había llegado justo para la m

La conspiración de las matrioshka​​s

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En Baeza hay una Y, la una lleva a Tena y Puyo, la otra a Lago Agrio. En la carretera a Lago Agrio hay una que conduce a La Bonita, una vía de primer orden que termina en la selva, en la nada. No lleva a ninguna parte. Es como Dante bajando al infierno de la mano de Beatriz, esos nueve círculos que pasan por todos los pecados de la humanidad y los dioses. Juan conoció esa bajada porque un avión se había caído en la zona y del periódico le enviaron a hacer la cobertura. Nadie sabía cuántas personas estaban en el avión. No había sobrevivientes. Según los rumores, la carretera había sido construida por el narcotráfico. Era un sitio estratégico para pasar la droga de Colombia a Ecuador y de ahí a Centroamérica. Pasó como tres días metido en esa zona; unos militares le enseñaron algunos trucos de supervivencia, como el preparar arroz en una lata de atún, con un poco de leña. Más tarde aprendió a hacerlo en una fogata con caña guadua. La textura era la del mismo arroz preparado en la costa,

No hace falta tanto compromiso

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Y si Hawthorne hubiera escrito la historia de la ballena blanca en lugar de Melville, ¿cuál sería la historia? Es una pregunta que le taladraba en el vuelo de regreso a Quito. Hawthorne es un escritor de tierra, de las brujas, de los hombres que se van de su casa por años y comienzan a espiar el luto de su esposa. Melville es un escritor de las aguas, de los océanos, de esa ballena blanca igual a los demonios de Hawthorne. A eso se reducía la literatura occidental. Hasta que llegó Joyce y puso en el caldero el sexo, la infidelidad y el whisky. Aunque todo eso ya estaba en la literatura de mucho antes, en los libros apócrifos. No había nada que contar. ¿Cuál sería la historia del mundo si Caín fallaba en el intento de matar a Abel y Abel en un arranque de furia se convertía en el asesino? Los límites entre la bondad y la maldad. La ciudad era la misma, con nuevos ricos en el gobierno llamado revolucionario de los pobres, de autos de alta gama y caravanas de guardaespaldas, como si el