La tejedora manabita
Beatriz había llegado a Quito para sus vacaciones de marzo. Siempre llegaba sola, era su forma de alejarse de todo. Sus hermanas eran su refugio y Jacinto, por lo que siempre debía cargar en su maleta un reloj y unos chocolates mon cherry para Juan. En el centro llevan kirsch, un licor incoloro hecho por destilación del jugo de una especie de cerezas de Morelo, una variante de la cereza ácida o silvestre, producidas en la Selva Negra de Alemania. La tierra de Thomas Mann. Su refugio. De mañanas y atardeceres irreproducibles. Ella era el equipo de avanzada para preparar el matrimonio de Rocío. Esa noche también estaba Cristina y sus amigas, dedicadas a empinar el codo como si Baco hubiera declarado el fin del mundo o el comienzo de la pandemia del coronavirus. <<Sí, claro. Te acuerdas de La tejedora manabita , tiene unas tongas espectaculares>>, dijo una de ellas, que trabajaba en el Ministerio de Agricultura. Juan había comenzado a hablar de cocina y se le ocurrió menciona