Los casamenteros


 

<<Ya ves, ya ves, si hubieras salido cinco minutos antes todavía habría alcanzado a la gasolina a menos de dos euros. Menos de dos euros, Juanito. Eso es un albur aquí. ¡Te imaginas! Menos de dos euros. Aquí la variación de precios es real, eso de los marcadores en Wall Street o en Frankfurt, la historia de los toros y los osos. Puede cambiar en segundos. Ni siquiera son las siete y ya casi todo está cerrado. Ya me acostumbré. Con tu hermana a veces íbamos a una discoteca latina, en un pueblo más grande, claro que Kai se enojaba. Ese es el bar mexicano al que te llevaron, en mi pueblo hay uno igual, claro que ahí sí le ponen licor. No es tan suave, a veces vamos con Simon. O íbamos. Claro que lo conociste, fuiste el primero en conocerlo personalmente, cuando vivía en la casa de tu hermana. Vine a Alemania a hacer mi maestría, porque no soportaba Ecuador, no quería tener novio allá, además mi mami no me dejaba, bueno no conoció de uno. Nunca se lo dije. Y no vayas con el chisme, ¡verás Juanito! Decidimos comprar cerca de la casa de mis suegros. Él quería estar cerca de su familia, su mamá es una gran aficionada al whisky, deberías conocerla. Les encanta Dublín, sí ya me dijiste que es la ciudad de las whiskerías de ¿Joyce se llamaba? Sí, claro. Sí, lo conociste cuando recién me invitaba a salir. Llegaste de vacaciones en un estado deplorable, decepción amorosa, para variar. Mi pueblo tiene todo cerca, solo hay que ir caminando. Mira, tiene un gran patio; en verano sacamos una mesa, Aquí todos se conocen. La casa es de 1928. Tu hermana me dijo que deberíamos comprar una más moderna. Tiene calefacción en todos los cuartos. Los servicios básicos son carísimos. ¿Qué quieres tomar? La sidra aquí generalmente la beben con soda. ¿Sin soda? No sabía que en Ecuador estén produciendo sidra. Lo de la rúcula no te creo. ¿Mi mami tampoco sabía que hay rúcula en Ecuador? Simon va con Leo a caminar hasta la casa de su mamá, ¿quieres ir? No, vayan aquí les esperamos para el fondue. Le gusta los vegetales y el queso. En la casa de mi mami solo comía arroz con ají. ¿Te dio la receta? Sí, es fácil. Aquí no es de mucha comida picante. Cuando te fuiste seguimos saliendo. Kai y tu hermana le hicieron inteligencia. Pasó mucho antes de que me dejaran salir a solas con él. Al principio usaba traje y corbata, ahora se pasa muchas horas en los videojuegos con sus amigos en pijama. Este es el cuarto donde se quedan mi mami y mi papi cuando vienen. La casa tiene un sótano. Aquí están los álbumes de mi boda a la que no fuiste Juanito. Mira aquí está Kai, tu hermana, Xavi y Philip. Todos llegaron. En serio tienes una amiga que quiere tener un novio alemán. A ver muéstrame la foto de ella. ¡Ah! Mira al hermano de Simon, siempre pasa solo. Necesita a alguien en su vida. Podríamos arreglar una visita para que se encuentren y se conozcan>>.

<<Yo no soy casamentero>>, le dijo Juan. <<El matrimonio es uno de los peores errores de la humanidad. A todas las mujeres que he conocido les he recomendado que viajen, vivan, estudien y solo cuando ya estén enteramente aburridas se casen, si quieren. El amor es una ficción de días>>. Leo comenzó a llorar. Simon le llevó a la cama. No hay problema, pídeme un taxi, le dijo Juan. <<No, te voy a llevar, sino tu hermana me mata>>, le dijo Cristina. Se enfundó en una de esas gruesas chamarras para el frío, una bufanda y salió. Ella y Beatriz le obligaron a ir de shooping al tercer día de su llegada a Frankfurt. La primera vez que salió de la casa de Beatriz. Así reconoció el camino a Kaufland, el paraíso perdido, como El Palacio de la luna de Paul Auster. A veces todavía lloraba sin motivo alguno. Tal vez presentía que una gran pandemia iba a cobijar el mundo. <<Este es un Carolina Herrera que usan mucho las presentadoras de televisión en España si quieres llevarle un regalo a tu amiga venezolana, ¿cómo se llama, ¿Mar algo, verdad? Bueno, está muy de moda>>. Beatriz siempre tenía algún pretexto para averiguar algo de su vida.

-        Y hasta aquí nos trujo el tren. ¿Cuándo te vuelves a tu Bogotá? –preguntó Juan, en la entrada a Quito. En el mismo redondel donde estuvo a punto de chocarse contra un patrullero porque Isabel, totalmente ebria, no le dejaba de recriminar su falta de coherencia.

-        Pues solo tengo que hacer una vuelta. Ya debo regresar –dijo Lorena.

-        ¿Y volverás?

-        Pues sí. Si no me dices que solo te quedan veinte dólares en los bolsillos.

-        Ni eso, son solo siete centavos, mira –le dijo Juan al sacar una moneda de cinco centavos y otras dos de uno del bolsillo derecho de su pijama Calvin Klein que Beatriz le obligó a comprar en su primer día de shooping. Su amiga Ana Lucía decía que la única receta para la depresión era el shooping.


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