El homosexual

 



A última hora Juan logró conseguir un vuelo para Manta, era fin de año y todo estaba lleno. Isabel quería volver a Canoa, ahí iba con su novio el suizo a hacer parapente. Una de sus debilidades era la langosta, aparte del spaguetti con tofu. Llegaron en la mañana del 31 de diciembre y en un taxi fueron a Canoa en un viaje que le pareció interminable. Mucha gente la conocía ahí. Le llevó a un hotel frente a la playa, con un balcón, desde donde podía mirar la lejanía del mar y escuchar el murmullo de las olas. El dueño era un hombre obeso, que siempre permanecía sentado en una silla blanca pycca. En ninguna casa de Guayaquil y toda la costa podía faltar algún mueble pycca. Graciela siempre le llamaba ya sea en navidad o fin de año para que fuera a cenar en su casa. Y ya después se fue olvidando, no soportaba la ingratitud. <<Antes, todos los años llamaba a Milton en su cumpleaños y él nunca llama, pues dejé de llamarle>>, le confesó años después. Pero siempre le recibía como el hijo pródigo. <<Yo quiero ser como Milton>>, le confesaría Beatriz antes de la pandemia, cuando llegó a Frankfurt sin saber que el nuevo coronavirus ya se estaba expandiendo por el mundo, de forma silenciosa. Y siempre hallaba algún pretexto, un viaje no planificado, un trabajo extra, cualquier cosa. Desde la expulsión del matrimonio de Susana evitaba las reuniones familiares.

Después de dejar sus mochilas en la habitación le llevó hasta el final de la playa, a un restaurante con mesas y sillas pycca y ají rocoto en el centro de la mesa. Su niñez, sólo que en lugar de las mesas y sillas pycca era un mesón de madera y bancas hechas con un tablón de madera y seis patas. Isabel saludó a la dueña con un abrazo y le pidió que le preparara dos langostas. Después recorrieron la playa; en un puesto de jugos estaba un señor negro, alto, fortachón, con unas inmensas manos que la saludó con alegría. Antes de terremoto que destruyó Manabí y Esmeraldas lo volvió a ver. Iba con Ana Lucía, su hermano y su pareja a despedir el año. Le preguntó sí le reconocía y si en realidad me expulsaron del pueblo años atrás. <<Sí>>, dijo. Parecía una historia increíble y cuando la contaba nadie le creía. Esa vez  Isabel pidió dos jugos de naranja y ya sentados en la playa agregó aguardiente al jugo de naranja. Ella estaba feliz, caminaron por el pueblo y le mostraba cada uno de los lugares, desde tiendas hasta puestos de artesanías. Ya en la noche, en el balcón de la habitación, pidió al dueño del hostal dos sillas y sobre la mesa blanca puso una botella de Jack Daniel’s. <<Feliz cumpleaños>>, le dijo a Juan. Era el remate de la borrachera. Al día siguiente la ventana estaba abierta, el sonido del ventilador se confundía con el de las olas del mar y ella estaba ahí de pie. El dueño del hostal le reclamaba una silla pycca que se había desparecido; reclamaba un pago. Al principio escuchó con paciencia sus reclamos, hasta que comenzaron a subir de tono. <<Usted cree que nos vamos a robar una silla para esconderla en la mochila. Devuélvame el depósito y me largo>>, gritó. Le devolvió el depósito y ya en la calle estaba todo el pueblo esperando a ver su partida, era como la expulsión de Adán y Eva del Paraíso perdido de Milton. Caminaron escoltados por todo el pueblo a la plaza y se subieron en un taxi. <<Sáqueme de este pueblo>>, le dijo al taxista y regresaron a Manta; en un hotel cerca de El Murciélago, ya casi sin huéspedes, halló una habitación. Era primero de enero. En la playa comenzaron a beber otra vez cocteles. Ella sabía que a él no le gustaba las fotos. Uno de los tantos fotógrafos de la playa llegó con su cámara polaroid para tomar una instantánea. Se fue con viento fresco. Y minutos después regresó con una foto que le entregó a Isabel que la recibió muerta de risa. Meses después recuperaría esa foto. Y la destruyó. En la piscina del hotel se pasaron toda la noche con otra botella de whisky. La paz había llegado. Al igual que el año nuevo.

-        Pero la historia que me ibas a contar era de cuando te llamaron homosexual –le dijo Lorena.

-        Sí, es la historia de Beatriz. A eso voy. Es una historia muy relacionada. Con Rocío y ella formamos una especie de alianza dentro de la familia. Fuimos los relegados. Los de la última fila del coche. Mi recuerdo con ellas siempre se relaciona con la cocina. Con los libros, con ese cuento de la naranja lima. Siempre que veo naranjas limas en la calle me detengo a comprar.

-        Si recuerdo. Me decías que tu desayuno era jugo de naranja y café. No te creí hasta que lo vi.

-        Las naranjas y el café siempre fueron parte de mi vida. Era una cocina pequeña donde Beatriz a veces cocinaba a saltos y brincos, hasta que llegó el accidente de la explosión de la olla de presión. Esa creo fue la primera vez que repararon en nosotros, que existíamos. Desde entonces Beatriz le tiene miedo a las ollas de presión. Algún día, cuando preparaba un caldo de costilla, el desayuno de tu tierra, me quedé espiando la olla de presión detrás de una pared para ver si explotaba. Isabel llegó después de Lorena, tu tocaya. No, espera, hay alguien más antes.

La lluvia era copiosa. No era la primera vez que le expulsaban de algún sitio con ella. Como diría Bataille, prefería irse con ella que esperar la comodidad. Según Lacan ella no es más que una forma sustitutiva de la degradación del Edipo, en tanto que el animal grande representa en ella inmediatamente a la madre como gestadora, al padre como amenazador, al hermanito como intruso. <<¿De qué hablas?>>, le preguntó Lorena.

Del señor Lacan. Él decía que el individuo encuentra en ella, para su defensa contra la angustia, la forma misma del Ideal del yo que reconocemos en el tótem y a través del cual las sociedades primitivas aseguran a la formación sexual un confort menos frágil. Vaya usted a saber qué quiere decir.

<<Ya estás borracho>>, dijo Lorena. <<Ojalá, has escuchado esa canción de Beret>>, dijo Juan. <<¿Cuál>>, dijo Lorena. <<Ojalá>>, dijo Juan. <<No>>, dijo Lorena. <<El neurótico  no sigue la huella de ningún recuerdo hereditario, sino solo el sentimiento inmediato, y no sin profunda razón, que el hombre tiene de animal como modelo de la relación natural. Es la historia de mi vida>>, dijo Juan. Ya casi amanecía y no paraba de llover.


Entradas populares de este blog

La reinita de Sangolquí

Érase una vez que era

juan