La conspiración de las matrioshkas
En Baeza hay una Y, la una lleva a Tena y Puyo, la
otra a Lago Agrio. En la carretera a Lago Agrio hay una que conduce a
La Bonita, una vía de primer orden que termina en la selva, en la nada. No lleva a ninguna parte. Es como Dante bajando al infierno de la mano de Beatriz, esos nueve círculos que pasan por todos los pecados de la humanidad y los dioses. Juan conoció esa bajada porque un avión se había caído en la zona y
del periódico le enviaron a hacer la cobertura. Nadie sabía cuántas personas estaban en el avión. No había sobrevivientes. Según los rumores, la carretera había sido
construida por el narcotráfico. Era un sitio estratégico para pasar la droga de
Colombia a Ecuador y de ahí a Centroamérica. Pasó como tres días metido en esa
zona; unos militares le enseñaron algunos trucos de supervivencia, como el
preparar arroz en una lata de atún, con un poco de leña. Más tarde aprendió a
hacerlo en una fogata con caña guadua. La textura era la del mismo arroz
preparado en la costa, en fogón de leña. Cuando era niño y llegaba a la casa de
su tío en vacaciones a Echeandía, ese pueblo que se creía costeño pese a
pertenecer a la sierra y odiaba a los serranos, siempre le recibía con arroz con seco de gallina y ají
rocoto en el centro de la mesa forrada de plástico. De esos que queman como el
infierno. Era un olor tan particular. Era una sala grande donde solo había una
mesa para comer y una hamaca. La sala conectaba con la cocina y atrás estaban
las gallinas cacareando listas para el sacrificio. Su tía solo le daba vueltas
al cuello y después la metía en agua hirviendo, así era más fácil desplumarla o limpiarla.
En Lago Agrio pasó mucho tiempo de su vida de periodista
novato, cuando el lugar era el foco de atención de todo el país por la incursión de los
grupos armados irregulares colombianos asociados al narcotráfico. Guerrilla, es
que le llamaban, con oficinas de relaciones públicas establecidas en centrales
sindicales. Cuando los sindicatos gozaban de buena salud económica en Ecuador.
Esa ciudad la conoció cuando hacía teatro en el colegio. La Casa de la Cultura contrató al grupo para dar algunas
funciones. La primera recomendación que les dieron es no salir pasadas las seis
de la tarde y a las siete de la noche todos ya estaban en algún billar. En ese
tiempo estaba de moda un restaurante que en el patio trasero tenía una especie
de zoológico, con tortugas, serpientes cuya carne se asemejaba a la del
bocachico, monos, guantas y demás. El mesero les explicó que podían pedir carne
de tortuga o sesos de monos, por ejemplo, y en ese momento les sacaba el plato
con la carne de tortuga o los sesos de mono. Cuando regresaron a la mesa a
pedir la orden, Juan pidió arroz con huevo frito. Solo años después experimentaría
con esa cocina amazónica. Cuando un chef de la mesa de los chefs, una mesa
grande donde se reunían los mejores cocineros del país, le dijo que había
vuelto de Europa porque la cocina de allá estaba ya toda escrita en los libros. Las recetas estaban hechas. No había ningún secreto, solo leer los manuales y listo, como en Ikea. Acá, sobre todo en la Amazonía, todavía había ingredientes que ni siquiera se
conocían. Alguna vez intentó con un filete de cachama al vino blanco con
vinagreta de guayusa y salsa de mandarina.
En la Y de Baeza hay un control militar y policial
permanente contra el narcotráfico y el contrabando de animales silvestres, expulsados como hormigas de su hábitat. Nadie le detuvo, tal vez porque nadie detiene a nadie cuando va de salida. Se desvió a la derecha, rumbo a Puyo. Después de una subida escarpada se llega a Baeza.
-
Este pueblo es
muy interesante, no tiene casi nada más que su mercado y sus tiendas y sus
agachaditos. Los secos de guanta. Ya te conté que papá iba en las noches a la
montaña de la finca y a la mañana siguiente siempre llegaba con una guanta
lista para el fogón. Lo que no recuerdo es su sabor, su aroma. Por aquí venía
con mis amigas Ana Sofía y Lucía y nos guarecíamos al aire libre en un puente por allá, como
en un paseo de olla como le llaman en tu país. La idea era solo quedarnos sentados en un puente
sobre el río Quijos para mirar el correr del agua sobre las piedras con un
pollo asado y una botella de aguardientico. Nunca podía faltar. Ese ir y venir del agua.
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Eso es algo que
nunca te puede faltar a ti –dijo Lorena al encender un porro.
-
Hubo un tiempo
en el que venía mucho por acá los fines de semana. Si no estaba en Mindo era
Tena. Tiene lugares muy mágicos y una cocina de esas que llaman exótica, o como
decía una ex con la que me iba a casar, autóctona. Uno de los más típicos es el
maito o ayampaco; el maito de bagre, de carachama, de bocachico, de tilapia, de
chontacuros. No me gustó la primera vez que lo probé. Es un sabor insípido. Luego
alguien me explicó que el secreto del sabor está en la hoja. Debe ser de bijao o plátano, una hoja térmica muy útil al
echarla al fuego porque protege lo que está adentro, el envuelto. La hoja bota
sus jugos añadiendo un sabor propio. Igual no me gustó. El nacionalismo nunca ha corrido por mis venas, siempre he sido un paria. Un vagabundo. O un diletante. El erudito vulgar que no sabe nada de nada.
Antes de entrar a Tena se detuvo en una hostería con
cabañas en escala, en terrazas. Estaba casi vacío así que escogió una con la
vista al parque de diversiones de la ciudad. Una rueda moscovita de juguete,
una carpa de una especie de circo y mucha bulla. Cuando se sentía estresado
llegaba allá, se sentaba en el balcón afuera de la cabaña con una botella de
whisky y esperaba la copiosa lluvia.
-
¿Y quién es ese
Marcelo, esa Estela, esa Micaela, ese pintor narco? Vaya que tienes mucha
imaginación.
-
Es la historia
de la historia. Toda historia real es un acto de imaginación. Nunca sabrás si
existió. Crees que no pasó. Y la negación de la realidad física o virtual es un
acto absolutamente humano.
-
¿Y este era tu
refugio?
-
Sí. Acá llegaba
para olvidarme de todo. La lluvia es como ese elixir de la vida de los Templarios.
Y después de todo es San Juan de los Dos Ríos, el Tena y el Pano. Donde se
juntan hay un zoológico, como una isla. La capital de las orquídeas, la guayusa
y la canela. Por acá llegaron los españoles en busca de oro, en los tiempos de
la conquista. Y fue mi bar. El zoológico.
- Tu bar es donde estés. Ya me lo has demostrado. Y parece que sigues en la misma historia. La última vez que te vi me hablaste
de una conspiración en tu contra, la de tus hermanas. Hablabas en voz alta y roncabas. Yo te puse una almohada sobre tu cara y quería asfixiarte. Pero estaba muy cansada.
-
La conspiración
de las matrioshkas. Esa era la historia. Es como un juego de ajedrez, después de todo es un invento soviético. Siempre alguien te puede traicionar, por más cerca que creas está de ti.
-
Antes de que comiences con tus paranoias vamos a
buscar algo de comer. Solo ron y porros me va a dejar más flaca de lo que
estoy.
En el redondel de entrada a Tena, un gran letrero advertía
a los señores ladrones que serían linchados si eran detenidos in fraganti. El restaurante donde
vendían una horrible paella, antes de la bajada al puente estaba cerrado; el
bar al que siempre llegaba y donde alguna vez se enamoró de una gringa ya no
existía. Uno que quedaba junto al río Tena todavía estaba abierto. Y entraron.