Y antes de mí, el silencio

 



Antes de Juan no existía nada, ni los ríos, ni los océanos ni el cielo ni la lluvia ni el camino del camino empedrado de Echeandia a la finca ni las montañas ni el riachuelo ni la abuela vestida como siciliana contando cuentos de terror ni papá con su escopeta esperando la luz de la luna para disparar a una guanta ni el fogón de leña ni la noche ni los días ni el crepitar de las gradas de madera ni los sueños ni el cansancio ni el miedo ni la pandemia ni la esperanza de pandora ni ese olor a humedad ni los candiles ni la luz de la luna ni la luz de sol ni los fogones de leña de Camarón ni sus empanadas de queso. Hasta que abrió los ojos una noche de mucha lluvia en la finca a la que había acudido la partera. Y ahí estaban sus hermanas, menos Beatriz y Rocío. <<Se va a llamar Juanito>>, había dicho su papá. Su segundo hijo varón ya se llamaba Segundo, ni modo que él recibiera el nombre de Tercero. Milton en realidad no se llamaba Milton sino Wilton, se lo cambió en el Registro Civil porque Wilton no le parecía apropiado. 

Juan siempre defendía su nombre. Cuando alguna vez María del Pilar intentó cambiarlo y le decía Mi Amor, Mi Amorcito, él siempre le respondía que se llamaba Juan y que si su papá y su mamá pasaron muchos años pensando en su nombre nadie podría llegar a cambiarle su biografía de la noche a la mañana. <<No te llamas Juan, te llamas Juanito y de ahora en adelante te voy a llamar Juanito>>, le decía antes de volver a la misma cantaleta de Mi Amorcito.

A Beatriz también le gustaba su nombre, Beatriz. Los nombres siempre significan algo. Su hermana menor que parecía su hermana mayor. Ella estaba siempre a su lado y alguna vez que tuvieron una fuerte pelea en la mesa, mientras comían arroz con huevo frito y plátano frito, parecía que Juan no iba a volver. Y volvió. Alguna vez cuando estaba peleada con Jacinto, Kai, su esposo, le preguntó qué iba a pasar cuando se peleara con Juan. <<Con Juanito siempre vamos a hablar>>, le dijo. Cuando Juan se fue de casa con un cartón de libros y unas sábanas que le regaló Jacinto no supo mucho ni de Beatriz ni de Rocío. Beatriz parecía haberse estancado en un matrimonio tóxico; tuvo la suficiente valentía como para dejarlo todo atrás y dejar que eso fuera un recuerdo del que solo quedaba Xavi. Hasta que Kai había aparecido por Quito, procedente de Hamburgo, y se había quedado un mes metido en un hotel hasta que Beatriz le presentara a toda la familia. Y después todo había sido correspondencia hasta que se fue a Alemania. El primer día estaba alistando las maletas de vuelta cuando descubrió entre sus cosas las fotos de una exnovia de Kai. Su perseverancia, la de él, le hizo quedarse y de Hamburgo se mudaron a un pueblo cerca de Frankfurt, donde había un Kaufland, su mejor amigo cuando iba a visitarla. Cuando volvía a Quito siempre reclamaba su presencia, así fue cómo llevó a Lorena, la mujer con la que se iba a casar, a la casa de Anita, donde estaban todas sus hermanas en un asado. Lorena se hizo amiga de todas. Jugaba cartas, bebía, cantaba, tocaba la guitarra. Sus hermanas pensaban que había hallado su alma gemela. Pero no. Juan estaba convencido de que una relación amorosa se terminaba cuando la cama dejaba de ser un lugar de encuentro. Cuando Lorena le dijo que ya no deseaba casarse y él se fue y no volvió, ella llamó a sus hermanas para decirles que Juan era homosexual y por eso ya no deseaba casarse. Lo supo una noche en la que había vuelto Beatriz y llegó a un asado en la casa de Anita. <<¿Eres homosexual?>>, le preguntó. Ahí se enteró de la llamada. Y ahí supo que nadie más conocería a sus hermanas. Y le dio resultado la fórmula. Y a toda la familia les dijo que bien podían creer lo que les viniera en gana. Y se fue. Años después cuando volvió a Frankfurt, Kai había creído que Juan estaba en la bajada e intentó burlarse de él. Y Juan lo soportó, después de todo era buena gente. Le dijo que Ecuador iba a ser gobernado por otro gobierno prepotente, como si la prepotencia fuera exclusiva de América Latina. En cierta forma admiraba al gobierno que destruyó el país, desde su punto de vista de analista económico.

-        ¿Te cuento algo? –le preguntó Juan.

-        Pregunta, que estamos para responderte –dijo Lorena. Iban camino a Baños por la carretera a Napo, la nueva ruta turística poco explotada. La lluvia era torrencial en ciertos tramos.

-        Mis hermanas tienen un don, cuando alguien se les mete entre ceja y ceja no se les baja. A veces asustan. Basta que se encuentren en un lavaplatos y hablen en voz baja para saber que una guerra se ha desatado. No soportan nada. Nada, pero absolutamente nada.

-        ¿Y por qué me cuentas eso?

-        No lo sé. Tal vez espero que vuelvas. Nadie me ha preguntado quién eres.

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