Jaqueline
Cuando amaneció Gladys vio a Malena tirada en el piso.
Amanecía y no había nadie a su alrededor. Nadie, ni Anita, ni Graciela, ni
Beatriz ni Rocío y menos Jaqueline. La desesperación, la ausencia de ayuda. Los
gritos. El 911 no respondía y cuando respondió no llegó a tiempo. Malena se
sacudía en el piso, con espasmos frecuentes. La silenciosa agonía de su
familia. La muerte de su papá en un baño, la muerte de su mamá en la habitación
de un hospital. Gladys solo podía llorar. Juan había llegado a Quito hace poco
y al primero que vio en la morgue fue a Milton. Después fueron llegando todos.
Todos sintiéndose culpables. Todos sin mirarse. Todos escondiendo sus culpas.
La mirada de Gladys en el funeral fue de ausencia, mientras los demás se ocupaban
por esperar la llegada de Beatriz, la Kim Kardashian de la familia. Juan intentó
reconstruir muchas noches esa mañana. Lo hacía escuchando las conversaciones,
esas en voz baja, esas recriminaciones no dichas, las peleas a kilómetros de
distancia. De las conversaciones con Anita y Graciela. Siempre buscaba un dato
extra. Algo que le hiciera revivir esa mañana soleada. Con un sol que entraba
por la ventana rota por la honda de Jaqueline. La historia de Samuel. La
historia de los filisteos que llegan a pelear contra Israel. <<Lleva
granos y panes a tus hermanos. Averigua cómo les va>>, le dicen a David
que mira por debajo del hombro al gigante Goliat. <<Escojan a alguien
para que pelee conmigo. Si él gana y me mata, nosotros seremos esclavos suyos.
Pero si yo gano y lo mato, ustedes serán esclavos nuestros. Los reto a escoger
a alguien para esto>>, se burlaba Goliat con sus tres metros de estatura.
David ya había matado un oso y un león, culpables de haberse llevado las ovejas
de su padre. <<Tú vienes a mí con espada, una lanza y una jabalina, pero
yo voy contra ti con el nombre de Jehová. Hoy Jehová te dará en las manos mías
y yo te derribaré>>, le dijo a Goliat antes de armar su honda y dar
vueltas y vueltas hasta formar un agujero más grande que el torbellino creado por
Moby Dick para hundir al ballenero que iba en su caza.
<<Saluda a tu tío, Jean Pierre>>, le dijo Gladys camino al cementerio. <<No habría sido más fácil llamarle Juan
Pedro>>, le dijo Juan. <<Muérgano>>, le dijo Beatriz. Iba
también con Romanely que les hizo perder en el camino.
Gladys era la curiosa. La buscadora de las aventuras por más triviales que fueran, gran bebedora de cerveza, una
anarquista conservadora. En una gran fiesta organizada por Graciela en su casa,
cuando todavía había la disputa con Anita de quién era la anfitriona de las
fiestas familiares, le pidió su habano Guayaco, el que compraba en el Diva
Nicotina, en el lugar de la bohemia guayaquileña. Jacinto se rio cuando la vio
atragantarse con el humo. Su eterna compañera se había ido y nadie, nadie supo
cuánto en realidad sufrió por verla agonizar.
Nunca supo si en el velorio estaba Jaqueline. Ni deseaba
saberlo. La vio tiempo después en el matrimonio de Rocío, cuando llegó sin corbata y con un pañuelo en el cuello. Sus hermanas a veces
le hablaban de ella y nunca insistían. Por sus entrediálogos conoció de su vida
de migrante en Estados Unidos.
-
Tienes
muchas hermanas –dijo Lorena. Estaban otra vez en Tena, en las afueras de una
pizzería, frente al cruce del río Tena y Pano, con el sonido de las aguas chocándose contra las piedras en un constante fluir.
-
Pues
debo confesarte que nunca me di cuenta hasta la muerte de Malena y comencé a
ser testigo de sus peleas infundadas. De las peleas modernas, de esas que te
bloquean en WhatsApp para demostrarte que de verdad te enojaste.
-
A
ver, pero no me ibas a contar la historia de tus sobrinas. ¿Qué hay detrás de
eso que siempre evades el tema?
- Nada. Solo, seguramente me odiarán cuando sepan por qué no fui a sus matrimonios.