El funeral
Tal vez el mundo sería menos hideputa, en palabras del
señor Cervantes, si la gente usara menos máscaras. La calle le parecía un lugar
de zombies. Nadie podía tocarse, ni mirar. Y todos eran sospechosos. El
estornudo o la tos era prueba suficiente para aislar al otro o anularlo sin
preguntas. El sarcasmo del coronavirus, de la pandemia. Eso lo comprendió Juan claramente cuando retrocedió a la noche en la que todas sus hermanas estaban asustadas porque Milton llegó
borracho preguntando si ahí no había nada o debía ir a buscar una botella.
Acompáñalo, le dijo alguien. Está borracho. Y Juan se subió al carro sin preguntar nada.
<<Te mandaron tus hermanas. Verás Juanito, en esta
vida nadie te va a regalar nada, todo tienes que ganártelo a pulso. Cuando
murió papá en el baño yo juré que iba a entrar a esa Corte como juez. Cuando
manejes acelera y frena, no vayas a toda prisa porque te chocas. Con Jacinto ya
sabes cómo nos llevamos, a puro golpes, pero al día siguiente nos damos un
abrazo. Que nunca te pese abrazar a alguien, por más hideputa que haya sido
contigo. Jacinto siempre me culpaba por la muerte de papá. Nunca pude soportar
que haya olvidado tan pronto a mamá. Esa es la verdad. Él quería que todos
estudiáramos, sobre todo tú, y por eso vendió la finca y se trajo todo a Quito.
Eras el consentido de papá. Aquí frenas y luego viras el volante y aceleras. No
tienes que quedarte en ninguna bajada, solo subes. Siempre hay una forma. Y
frenas. No siempre puedes acelerar. Ya bájate, tus hermanas deben estar
preocupadas, voy a guardar el carro y ya vengo. No dejes de estudiar, era lo
que papá quería>>.
-
Ese paseo
lo tengo nítido en la memoria. Aceleraba y frenaba y nunca me asusté. Correr
parecía su forma de desahogarse. Eso hice muchos años después. Era el mismo
hermano al que veía sentado frente al cuarto de papá leyendo, estudiando para
defender su tesis de doctorado en leyes. Le había prometido a papá que sería
juez. Tenía un montón de libros y así comencé primero a vender sus libros en el
mercado Arenas para ir a la cantina a beber un trago barato y después a leer.
Era el mismo hermano que me amenazó con una correa cuando me expulsaron del
colegio. Me fui. Nunca tuve ese enfrentamiento. Fue mi época de delincuente
juvenil, cuando dormía en la calle y despertaba tiritando de frío. Nunca me dijo
nada cuando volví. Solo tenía que volver al colegio. Y llegó orgulloso a la
fiesta que organizaron para los mejores graduados. Nunca más le llamaron para
quejarse de mis ausencias, solo para felicitarle porque su representado era uno
de los mejores estudiantes. Pagué mi apuesta, Marbelys. Recordé esa historia
cuando Beatriz me envió una foto donde estábamos todos; cuando Malena todavía
vivía. Cuando había una felicidad inexplicable. Íbamos abrazados. No estaba
Rocío. Ella se estaba abriendo su camino en la vida. Lo supe una mañana en
Hamburgo, frente a Tiffany’s. <<No te suicides este año, porque va a
estar complicado viajar a tu funeral y tus hermanas van a decir: ¡Ni siquiera a
su funeral llegó! Pero yo les voy a decir, verán, yo ya hablé con el difuntito
y le expliqué que mis posibilidades económicas no me daban para estar en el
funeral y él aceptó>>.