El motel
Los días previos a la tragedia Juan había pasado por un
profundo estado de depresión. La muerte de Malena le había golpeado demasiado. Lloraba
como un mocoso en cada esquina, en cada falda. Intentaba comprender algo que no
entendía, la sencillez de ese árbol naranja lima, la sensación de abrir una
naranja en las mañanas y exprimirla hasta ver brotar la última gota de jugo. El
aroma del café colado. Siempre que iba a la casa de su amiga Ana Sofía en
Bogotá a las seis de la mañana pasaba por su cuarto para anunciarle que su
tintico estaba en la mesa. A veces se levantaba y se servía un aguardiente.
<<Hijueputa, no puede ser. Vamos Nairo>>, gritaba. <<Mira
Juanito, ahora desayunamos y nos vamos a la séptima, quiero que conozcas uno de
los mejores sitios de Bogotá, todo gourmet. Hasta te puedes tomar un vino de
los buenos>>, le decía. Ana Sofía, la mejor guía turística de Bogotá y de
cualquier ciudad donde se quedaba tres meses. Su radar era impresionante. Al
igual que su carácter, toda una cartagenera. <<Mira, tú eres el
personaje. Ya está, te me adelanto y escribo una novela con un personaje con
tus características >>. Fue su guía en sus días más oscuros, le ayudó a
salir de muchas depresiones. De demasiadas. Hasta le compró un perro caliente
sin queso cheddar para que no joda. Con Lucía, la de los aretes autóctonos,
siempre terminaba su visita a Bogotá con algún trago en algún bar de cualquier
sitio de Bogotá. Las dos se enamoraron de Ecuador, hasta que un gobierno en la
práctica las expulsó del país. Sin explicación alguna.
Ya era de noche. Oscurecía. En la madrugada a veces no
hay colores. Por la ventana veía un cielo de un color tornasolado. No quería levantarse
y María del Pilar insistía en que regresara a la cama. Horas después salió en
silencio, tenía una cita al mediodía en un motel del norte de la ciudad. Fue
donde Graciela y la encontró en su oficina conectada con Cristina. Graciela había
comenzado a bailar en un grupo de flores y faldas acampanadas. <<¿Y
sigues sin hablar con tus hermanas?>>, preguntó Juan. <<Rocío hasta
creo que me tiene bloqueada. Mira, no aparece>>, dijo al mostrar su
cuenta de WhatsApp. <<Me envió unas fotos de Liz. ¿La conoces?>>,
dijo Juan. <<No te digo que no me habla>>, dijo Graciela.
<<Mírala>>, dijo Juan. <<¡Qué bonita! Ojalá no saque el carácter
de la brujis>>. De vuelta a su realidad, Juan manejó hasta el motel y se quedó
mirando el espejo del techo. Su vida era una sucesión de espejos.
-
Y
Rocío por qué te afecta tanto –preguntó Marbelys.
- Tiene un carácter del diablos, puede hacer llorar o hacer reír, como cuando me dijo difunto en pleno centro de Hamburgo o me reclamo porque decía que bebía por pura pose, cuando pedí un ponche con ron en Navidad, solo por el placer de sentirme diferente.
-
¿Y
cuál fue la pelea con Beatriz?
-
Me
la contó Maribel, cuando íbamos a Bremen. Me hizo prometer que nunca contaría
esa historia. Yo no soy de promesas. Nunca lo he sido. ¿Te acuerdas cuando me
llevaste las hayacas?
-
Sí.
-
Es
el final de la historia del más grande monólogo que se haya escrito en la literatura
universal. Sí.