La inútil costumbre de dormir




-         ¿Conoces a Ballard?, preguntó él.

-         No, respondió ella con un vaso con Jagger, recostada en la cama desnuda. Estaban en un motel por el centro de Bogotá.

Los moteles de Bogotá son diferentes a los de Quito. En Quito la gente ingresa y da las vueltas hasta encontrar una puerta de garaje abierta. Cuando el vehículo entra, alguien cierra la lanfor y otra persona desconocida le pasa la factura en una caja giratoria. Se paga, esa persona desaparece y la puerta se abre. Ahí está una gran cama, una máquina para tener sexo, instrucciones para usar esa máquina, una especie de chaise lounge para también tener sexo ahí. Todo es discreción. Los moteles de Bogotá son como hoteles; necesariamente se debe pasar por una recepción que informa a qué piso se debe subir. Un camarero o camarera espera en el piso para indicar dónde está la habitación y después comienza todo el proceso de supuesta discreción. La caja giratoria donde se paga o llegan los pedidos al bar o restaurante.

-         Pues Ballard es un escritor inglés que pudo llegar a ser considerado como pornográfico, como lo fue Joyce en su tiempo, cuando no podía publicar Ulises mientras se moría de hambre. Escribió Crash, una novela llevada al cine, al igual que El imperio del Sol, donde la gente se dedica a tener sexo mientras los carros se chocan. En Londres incluso hay un museo en su honor. Cualquiera que lea sus libros diría que es un pervertido sexual, pero no. Siempre fue un ejemplar padre de familia, que se levantaba en las mañanas para hacer el desayuno a sus hijos, los llevaba a la escuela y los recogía en la tarde y les tenía el almuerzo listo. Tiene un libro con un título muy llamativo que es como la secuela de El imperio del sol, se llama La bondad de las mujeres. Es como una línea de Tennessee Williams, en Un tranvía llamado deseo. Ahí Vivien Leigh repite una frase que nunca se me ha podido borrar de la mente: Siempre he dependido de la bondad de las personas. ¿Alguna vez te dije que te pareces a ella? Pues yo más que de la bondad de las personas he dependido de la bondad de mis hermanas.

-         Pero me dijiste que me ibas a contar la historia de Graciela. ¿Cuál es su historia?

Lorena tenía una extraña manera de conducirle a contar historias. La última vez que estuvo en su casa, en Quito, se sentó en la alfombra, agarró su iPhone y preguntó si desde ahí podía controlar la música. La música y el baile eran sus mayores pasiones. Además de la moda y los perros y gatos. Y las pobres mulitas. Estaba al tanto de las tiendas que tenían la mejor ropa, los mejores diseños, las tendencias del mercado, aunque no sabía nada de licores ni cocina. La sopa de pollo era su especialidad aunque nunca la probó. <<A ver, cuéntame una historia>>, le dijo con una botella de aguardiente tapa azul de por medio esa noche.

Graciela era la hermana farrera de la casa, no había fiesta que no se perdiera. Las fiestas de Quito no eran nada si ella no estaba. Tuvo muchos acosadores en los tiempos en los que estaba de novia con Wilson, tal vez su primera y única pareja desde muy joven. Iba a todas partes con él hasta que se casaron. Y tuvieron su primer hijo. El primogénito. Una noche de fiestas de Quito el niño lloraba tanto que su expresión era como de pánico, como una mamá primeriza. <<Yo lo cuido>>, le dijo Juan. Y entre sus manos el niño se serenó. Ya había agarrado algo de experiencia como niñero cuando intentaba enseñar matemáticas a sus sobrinos, a los hijos de Anita, hasta cuando se dio cuenta de que nunca podría ser profesor, que odiaba la indisciplina. Tal vez por eso la indisciplina le agarró cuando su papá murió.

Su sueño siempre fue ser abogada, era el sueño de su papá; al parecer le decía que sería una gran litigante en los tribunales. Tras la muerte de Malena, Juan Habló mucho con ella. A veces llegaba casi borracho en las mañanas y se quedaba en la oficina donde manejaba las finanzas del taller automotriz de su familia. En esa época a Juan le golpeaba mucho alguien con la que salía y debía huir de su departamento, porque le acusaba de ser infiel. Después de irse a asear en la casa de Graciela conducía hasta un motel, donde alguien le esperaba. Esa siempre había sido su tragedia. Solo cuando viajó a Alemania antes de la pandemia del coronavirus se enteró que además de ser la litigante de la familia era también la brujis de la familia. Sus otras hermanas necesitaban de sus pócimas para recibir el año. Y cómo estaban enojadas, entre Beatriz y su sobrina Maribel intentaban recordar cuáles eran los ingredientes de esas pócimas. No tenían registro escrito. En eso Rocío se les adelantó, porque como Beatriz y ella no se dirigían la palabra Rocío tuvo la precaución de guardar los videos que Beatriz le enviaba por WhatsApp con la receta del pavo del fin de año.  

-         Y qué hacemos –le preguntó Beatriz con una taza de té en su mano, al igual que su sobrina Maribel. Juan intentaba pasar una tostada con una copa de bourbon.

-         Pues decía que canela y clavo de olor.

-         Y Rocío no te ha pedido la receta del pavo.

-         No brujis.


Entradas populares de este blog

La reinita de Sangolquí

Érase una vez que era

juan