Los desfiles previos al Carnaval
Antes de hablarte de
Gladys te voy a contar sobre un viaje que hicimos con Graciela y Rocío así sin
signos de puntuación sin paradas en el camino de Quito a Guaranda donde vivía
una tía llamada Elsa muy dada a empinar el codo a la que Rocío llevó a San
Pauli en Hamburgo donde conoció todos los juguetes sexuales habidos y por haber
como consoladores bragas de caramelos látigos esposas y hasta vendas. Pues
cuando Rocío me contó la historia en un café de Hamburgo imaginé que en la
familia había un Marqués de Sade mujer. Me quedé con la boca abierta y en
realidad no sé por qué me sorprendí. Rocío se casó con Torsten en Quito. El
único matrimonio de la familia al que asistí después del de Susana y del que
salí después de un incidente con Gladys. Maribel, mi sobrina, de ella te
hablaré más tarde, salió corriendo para intentar detenerme. Creo que nadie se
dio cuenta. Graciela estaba más preocupada en cómo fingir su mejor sonrisa ante
la esposa de Milton. Las pusieron en la misma mesa. Su gesto me recordó a la de
mi primera profesora de baile, se llamaba Marcela, creo. Mis profesoras fueron
Marcela y Adriana. Yo estaba atrás del escenario en una presentación y cuando
se equivocó en un giro lanzó un grito sordo de ¡mierda! y volteó su cara al
público con su mejor sonrisa. En fin. Solo salí, me subí al auto y manejé como
desesperado por la ciudad. Casi no veía la carretera porque iba llorando.
Gladys hizo un comentario que me revivió una herida muy fuerte, algo que
siempre me marcó la vida. Supongo que hasta más que el comentario de Beatriz,
porque ser acusado de gay me es intrascendente. Yo mismo lo repetía cuando iba
a los night clubs a beber un trago y alguna chica se me acercaba. Siempre ha
sido mi mecanismo de protección para estar solo, así como el periodismo. Si
eres periodista lo debes ser las veinticuatro horas del día, los siete días a
la semana. Cuando hubo el terremoto de abril de 2016 que destruyó Manabí y
Esmeraldas yo vivía en un edificio por La Mariscal, en un séptimo piso, y en
lugar de salir corriendo me quedé ahí y grabé como se sacudían mis libreros y
mi escritorio; en el Ipod sonaba Miley Cyrus. Al parecer tener libreros, un
escritorio limpio y un ventanal ha sido sinónimo de gay. Pues de eso comenzaron
a tacharme en las redes sociales a las que subí el video. Por fin saliste del
clóset, me escribió un periodista que había trabajado conmigo. Igual, fue
intrascendente ese tipo de comentarios. Esa noche me llamaron de París para
pedirme la autorización para reproducir ese video que dio la vuelta al mundo.
Un periodista nunca le corre a una noticia. Nunca en mi vida lo he hecho.
Excepto una vez, cuando hubo el terremoto en Haití y fui en un vuelo con ayuda
humanitaria que había recogido el periódico. Salí, pude ver Puerto Príncipe en
ruinas, gente en las veredas sin nada con la mirada fija en el vacío, en la
nada, en el no ser, pero no pude ir más lejos porque debía cubrir la entrega de
la ayuda. Y el vuelo regresaba casi inmediatamente. Ese no es el tema. Pues
cuando Rocío llegó para su boda se alojó con Graciela. Yo les servía de chófer
cuando podía. Fuimos hasta tu tierrita, solo hasta Ipiales. Y en el camino de
regreso tuve una discusión filosófica con Rocío que Graciela escuchó en
silencio hasta que pudo intervenir para romper el hielo. Luego fue el viaje a
Guaranda a visitar a la tía que descubrió los objetos sexuales en San Pauli. En
Ambato al parecer había una maratón o algo así y las calles estaban bloqueadas.
Luego de dar las vueltas a la ciudad por fin logramos agarrar otra vez la
carretera y rodear el volcán Chimborazo. Hasta en lo noche se puede contemplar su
majestuosidad, su belleza de nieve. Paramos a comprar frutas porque Graciela
tenía a Rocío en modo saludable, nada de grasas, solo trotes en las mañanas y
comida vegetariana. Eran los días previos a las fiestas de Guaranda, a sus
carnavales, donde está permitido y es obligatorio el juego con agua, polvo,
harina, serpentinas, huevos, además del pájaro azul. Hay muchas coplas
irreverentes, porque el carnaval es música, alegría y vida. Cuando llegamos a
la casa de la tía Elsa ella no estaba, solo su hija y su esposo. Había fritada,
chigüiles hechos con harina de maíz, manteca pura de cerdo, queso guarandeño
para el relleno o pollo y carne de cerdo. La mesa fue abundante en comida. ¿Y
cómo pasamos tanta grasa?, dije ante la mirada recriminadora de Graciela. ¡Ah!
Ya traigo pájaro azul, dijo el esposo de mi prima o algo así. Nunca he conocido
a ciencia cierta el árbol genealógico de la familia. Minutos después un
botellón de tres litros de pájaro azul estaba sobre la mesa. Cuando la tía Elsa
llegó Graciela y Rocío ya estaban felices y comenzaron a reclamar por su
ausencia. En cuestión de horas la poma de tres litros había desaparecido. Se
había esfumado. Graciela no sabía cómo había entrado en la cama y Rocío se
había caído de la cama, sin heridas graves que lamentar. Yo desperté al día
siguiente como si nada. Y fuimos a ver los desfiles previos al Carnaval donde
la tía Elsa bailaba también como si la noche anterior hubiera bebido un vaso de
coca cola. Graciela y Rocío me hicieron prometer que nunca confesaría sus infidencias.
Y nunca lo he hecho.
<<Deja de mirarme
las tetas>>, le dijo. Y Juan subió su mirada de sus tetas a su cuello, a
sus labios y a sus ojos. Él había regresado de Alemania antes de la pandemia y
ella había viajado de Bogotá a Quito para saber qué pasaba. Había pasado un año
desde que dejaron de hablarse. Él había hallado al clon de ella. Y solo
entonces supo que la amaba.
-
Yo nunca te voy a contar mi vida, porque
eres muy chismoso –le dijo.
-
¿Chismoso yo? Si supieras lo que hizo
Truman Capote.
-
De mi papá solo he heredado este gusto por
el ron –dijo ella ahí de pie con su pijama lila, mientras apuntaba el
calefactor a sus piernas. Quito a veces parece más fría que Bogotá.
-
¿Y qué tiene de importante una borrachera?
-
Nada, solo que ahí me enteré de los
gustos, amores, desamores, frustraciones y alegrías de las vidas de dos de mis
hermanas. Ellas nunca se van a dejar de nadie. No sé de quién heredaron ese carácter
tan fuerte que tienen para pelearse, soportarse y luego volver a ser tan amigas
como si nada. Ni ese gusto por la música chichera. Imposible poner las fugas de
Bach en la carretera.
-
Que sufra, que chupe y que llore.
-
Sí, en versión de Carmencita Lara o Master
Chef Ecuador. Esa es otra de las cosas que no he podido entender, su apego por
este país. Yo no me voy a ir de acá, pero cero nacionalismo. Siempre he sido un
paria en todas partes.